Entry and stay of García de Silva and Figueroa in the city of Isfahan (1618)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
The embassy of King Philip III to Persia, headed by García de Silva and Figueroa, entered the city of Isfahan (Iran) on May 1, 1618. The ambassador thoroughly describes the most emblematic places of the city and provides us with some interesting data on the customs of its inhabitants and the soundscape of Isfahan at the beginning of the 17th century.
Keywords
equestrian games , sound of the water , street music , dances , mass , liturgical office , banquet with musical accompaniment , the call to prayer by a muezzin , bustle in the street , the pealing of bells , García de Silva y Figueroa (ambassador) , Abbās the Great (Shah of Persia) , clergy , crowd , nobility , ney-anbān player , trumpeter , drum players , frame drum player , water , horses
García de Silva y Figueroa nació en Zafra (Badajoz) en 1550. Estudió Derecho en la universidad de Salamanca, prestó servicios en la Secretaria de Estado y desempeñó los cargos de corregidor en Badajoz y en Jaén. El 12 de octubre de 1612, es elegido por el Consejo de Estado para encabezar una embajada a la corte de sah Abbás I el Grande en Persia, aunque el viaje se retrasó dos años por diversos motivos. La embajada partió de Lisboa el 8 de abril de 1614 con destino a Goa, de allí (21 de marzo de 1617) a Ormuz, para llegar a su destino a finales de abril de 1617. Desde aquí marchó a Persia, la cual estuvo recorriendo durante dos años. En este evento daremos cuenta de su entrada y estancia en la ciudad de Isfahán (Irán) y de los elementos sónicos recogidos por el embajador en la minuciosa crónica manuscrita que nos legó: Comentarios de don García de Silva que contienen su viaje a la India y de ella a Persia, cosas notables que vió en él y los sucesos de la embajada al Sophi [Biblioteca Nacional, Mss/18217].
El jueves 19 de abril de 1618, García de Silva y Figueroa llegó a las afuera de Isfahán, acampando durante dos días en una zona de amplias huertas y jardines situadas a media legua de la ciudad (unos dos kilómetros), a la espera de encontrar el alojamiento deseado en ella, lo cual no resultó fácil. Allí fueron a visitarlo, esa misma tarde, los frailes de los conventos de San Agustín y del Carmen; a la mañana siguiente, “el Deroga y Visir, que son los supremos gobernadores de aquellas ciudad” y, por la tarde, los europeos que estaban en ella: “que eran diez o doce ingleses, dos tudescos y tres o cuatro italianos”. De aquí se trasladaron a otra huerta cercana que ofrecía mayores comodidades, en la que instalaron nueve o diez tiendas. En una de ellas, la del embajador, que era la más grande, se oficiaba misa, a la que acudían los cristianos que habitaban en la zona: “armenios de la nueva Julfa... otros cristianos de Asiria y Diarbec, nestorianos, surianos y maronitas... mostrándose allí con muchas demostraciones de devoción... venían también muchos georgianos, los cuales con los armenios eran los más ordinarios y bien recibidos”.
El embajador, siempre en tercera persona, nos ofrece innumerables detalles del paisaje, costumbres e historias del lugar, estableciendo comparaciones con sus referentes conocidos en España. La embajada permaneció en las afueras de la ciudad hasta el 1 de mayo, cuando por fin se pudieron acomodar “dos razonables casas juntas en Spahán, que se servían por una puerta, para que el embajador se aposentase”. La entrada en Isfahán tuvo lugar esa misma tarde:
“Acompañado de los gobernadores y demás oficiales del Rey, con otra mucha gente a caballo, en que entraban los religiosos del Carmen y San Agustín, con los demás que había de Europa, ingleses, italianos y tudescos”.
Para entrar en la ciudad cruzaron “por la puente vieja”. De los dos puentes más antiguos que cruzan el río Zayandhe, y teniendo en cuenta el recorrido descrito hasta llegar a su residencia, probablemente atravesaron el puente Khaju (1650 A.D.). Continuaron por una larga calle, en la que había muchos “plátanos” (álamos), y continuaron por estrechas calles hasta llegar al gran bazar de la ciudad, cubierto por bóvedas con claraboyas, lleno de tiendas, y en el que había un caravasar nuevo que había sido construido por el sah Abbás I el Grande. De aquí, a través de la puerta Qeysarie, entraron en el “Maidan”, obra del mismo monarca. Se refiere a la espectacular plaza de Naghsh-i Jahan, la cual, más adelante, es descrita por el embajador. Al llegar al Palacio Real, los gobernadores de la ciudad le pidieron a García de Silva y Figueroa que hiciese la ceremonia acostumbrada de desmontar del caballo e ir a besar la entrada de la puerta, a lo cual él se negó, limitándose al llegar a esta posición a encarar su caballo hacia la puerta y allí quitarse el sombrero en señal de salutación. Podemos imaginar la cantidad de sonidos y el bullicio que acompañaba a todo el cortejo en su travesía por la ciudad, pero es aquí donde el embajador nos proporciona su primera referencia sónica:
“Acabaron [recordemos que siempre habla en tercera persona] de pasar todo el Maidán con gran ruido de trompeta y atabales, hasta llegar a otro bazar en que también había muchos mantenimientos y otros regalos de leche y cosas dulces, y en que había la ordinaria música de gaitas y panderos tan usados en toda Persia”.
Entre los citados por el embajador, podemos reconocer los siguientes instrumentos tradicionales persas: el ney-anbān [la gaita], el dayereh [pandero], el karnay [trompeta] y el dohol [atabal].
Tras pasar entre dos grandes mezquitas, llegó a su residencia, la cual le pareció mejor de lo que le habían contado y donde encontramos un elemento sónico y otro olfativo que le acompañarían durante toda su estancia en la ciudad:
“Se acomodó bastantemente él y su familia en ellas, demás de tener algunas fuentes abundantes de agua y una grande huerta con mucha cantidad de rosas”.
El embajador nos proporciona una visión de la ciudad no muy positiva, calificándola de “deformada y arruinada”, únicamente salva el Maidán, con las nuevas construcciones que el sah Abbás I el Grande estaba patrocinando y con las que embellecía este espacio urbano, el cual nos describe en detalle:
“El Maidán es una gran plaza de más de seiscientos pasos de largo y trescientos de ancho [corregido: doscientos, cuatrocientos], en forma cuadrangular y cercada toda alrededor de tiendas de mercaderes con barandas y aposentos pequeños por lo alto, sin ningunas casas notables... sirve de ejercitarse en ella a caballo, que ordinariamente es jugar a la chueca, o tirar con arco a lo alto de una muy alta viga que tienen hincada en el medio de la plaza... En uno de los lados mayores desta plaza, que es el de la mano izquierda como se viene de la mezquita nueva, está el palacio y casas reales con una lonja cuadrada a la entrada, cubierta con su bóveda y una baranda encima, la una y la otra dorada y pintada, según en Persia se acostumbra...”
Continua con la descripción del palacio y de sus huertas y jardines reales. En él, hay unos cuartos decorados con algunas pinturas que tienen ventanas con celosías que dan al Maidán y a los jardines: “habiéndose labrado este cuarto superior para que las mujeres más válidas del Rey pudiesen desde allí ver las fiestas y ejercicios que en el dicho Maidán se hiciesen”.
Luego hace alusión a la mezquita nueva: “que aún agora no está acabada, es de una bellísima fábrica lo que al presente della parece”. También halaga el caravasar nuevo construido por el Rey en el bazar por el que pasaron en su entrada, el cual tiene:
“Una muy alta cúpula, toda dorada y en él muchas lonjas con gran cantidad de aposentos en que sin molestia, antes con mucha comodidad, se puede hospedar gran cantidad de forasteros de todas naciones, particularmente mercaderes, finalmente, es una grandiosa y real fábrica”.
La ciudad debía ser muy ruidosa, señala que hay “una miserable y numerosísima turba lo que ordinariamente se ve por toda la ciudad, la mayor parte mujeres y niños semidesnudos, los cuales no tienen otro abrigo ni acogida que estos caravasares, fundados para este fin de personas religiosas y pías”.
Habla de los numerosos y altos alcoranes (en este caso, con el significado de torre) de las mezquitas, revestidos de azulejos, muchos de ellos desconchados debido a su antigüedad, a los que se accedía por una angosta escalera “de husillo”, en la que difícilmente cabía un hombre, y desde la que el muecín llamaba a la oración, uno de los elementos del paisaje sonoro de la ciudad más característico:
“Uno de estos [alcoranes] había en la mezquita principal de toda la ciudad, que estaba tan cerca de la posada del embajador que no había en medio sino una muy angosta calle, y era de tanta altura como la torre de la iglesia mayor de Sevilla, que es más alta que ninguna otra de España. Aquí subía un dervís o ermitaño que asistía en la dicha mezquita, y por las mañanas, tardes y mediodía daba grandísimas voces, haciendo su acostumbrada “çala” [oración] y esto por todo el tiempo que estuvo el embajador en Spahan, persuadiéndose, sigún el decía, que había de convertir a todos aquellos francos, que eran sus criados. Era el traje de este dervís muy roto y sucio, y aunque tenía mucha edad traía el turbante rodeado de plumas de pájaros [de] diferentes colores... el comía un poco de mal pan, ocupándose la mayor parte del tiempo en estas sus continuas deprecaciones, muchas de las cuales eran estando de pies en lo más alto de la pared del alcorán, tendiendo los brazos y meneándolos a todas partes, con sus ordinarias voces, pareciendo a todos los que lo vían que se había de despeñar de aquella grande y sublime altura”.
La mezquita a la que debe referirse el embajador es la gran mezquita Jāmeh, el edificio más antiguo de su estilo en Irán al que se añadieron los dos espectaculares minaretes que flanquean el iwan meridional durante el imperio safávida (1501-1722).
El embajador da cuenta también de las dos misiones católicas existentes en la ciudad de Isfahán, las cuales eran bastante recientes y cuyas campanas, si las tenían, se integrarían en el paisaje sonoro de la ciudad. La primera fue la de los agustinos, establecida c. 1598 por fray Antonio de Govea, enviado por el arzobispo de Goa, Aleixo de Meneses, a Isfahán, al que el sah Abbás I el Grande le permitió tener una iglesia abierta al culto:
“Desde entonces hasta agora, ha habido en ella, aunque de muy pocos frailes, una pequeña forma de convento adonde con gran consuelo de algunos portugueses que venían con mercadurías de Ormuz, y de otros mercaderes extranjeros de Europa, se celebran los oficios divinos”.
Unos años después, el papa Clemente VIII envió a fray Juan Tadeo de San Eliseo, carmelita descalzo, con cartas para el sah:
“Fue recibido con las mesmas demostraciones de gusto que a los frailes de San Agustín, dándoles ansimesmo lugar y casa en que acomodar una pequeña iglesia”.
Ambos establecimientos, además de un tercer cenobio capuchino, pueden verse en el mapa de Isfahán de Johannes Janssonius (c. 1657).
García de Silva y Figueroa recorrió durante su estancia los espacios más emblemáticos y bulliciosos de la ciudad, los cuales describe también con bastante detalle, entre ellos el concurrido Chaharbagh (un estilo de jardín persa), construido por el sah Abbás I el Grande, el cual desemboca en el extraordinario e igualmente animado puente Allahverdi Khan:
“Por el ángulo que hay en el Maidán, entre la mezquita nueva y la casa del rey, se sale a un pequeño bazar, y de allí, dejando a la mano derecha la muralla y cerca de los jardines y arames de la dicha casa, se sale fuera de la población antigua... antes de llegar a ellas [los nuevos barrios] y al río que divide a Julfa de Tauris hay una bellísima calle nuevamente fabricada, de más de mil y quinientos pasos de largo y ciento de ancho, por cuyo medio va corriendo una acequia o canal de agua, de doce o catorce pies de ancho y seis de hondo, labrada de piedra blanca, guarnecida de la mesma piedra por la bandas, por donde pueden pasearse gente de a pie, quedando por ambas partes el demás plano más bajo, por donde los de caballo más ordinariamente van y vienen. Por todo lo largo de esta calle, que es muy derecha y a nivel igualmente, de una y otra parte, van muchas huertas y jardines, entrándose a ellas por muchas casas, ansí de particulares como del rey... remátase llevando a trechos mucha cantidad de plátanos [álamos] y otros árboles verdes, con la soberbia puente que está sobre el río Senderu [Zayandeh] que es una de las más insignes obras y fábricas que hay en esta monarquía persiana... fue autor suyo ansimesmo el grande Alaverdecan [Allahverdi Khan] a costa suya... es la puente de más de trecientos pasos de largo... ni embarazarse con la gente de a pie, ni a caballo que continuamente por ella pasa. Y ansí como éste tránsito particularmente es para la gente de a pie, hay también desde todas las barandas o ventanas grandes, escaleras secretas por donde se baja al río debajo de los arcos y bóvedas de la mesma puente, adonde junto al agua del río hay asientos adonde espaciarse y tomar el aire...”
El embajador dio al menos una fiesta en su residencia y fue invitado a otra por el visir en una fortaleza situada “a un lado de la ciudad vieja, hacia la parte derecha por donde entró en el embajador”, la cual no he logrado localizar en la actual ciudad de Isfahán. Describe con detalle este recinto, en cuya zona central había una hermosa residencia en la cual tuvo lugar el banquete, con abundante comida y bebida, amenizado por distintas actuaciones de música y danza:
“... lo cual era muy continuo y abundante por más de cuatro horas que duró el banquete, danzando en el ínterin dos coros de muchachos y mujeres, vestidos de aljubas de sedas y telas de oro de varias colores; los muchachos con cabello crecido, como mujeres, de la manera que otras veces se ha dicho, haciendo ademanes y movimientos efeminados y mujeriles”.
El embajador fue llamado por el sah Abbás I el Grande a “Casbin” [Qazvin, Irán], la cual había sido capital del imperio persa (1555-1598). Antes de partir, visitó los conventos de San Agustín y de Nuestra Señora del Carmen. El 28 de mayo de 1618, la caravana salía de la ciudad, acompañada por las autoridades locales. Fueron hasta una mezquita, no muy lejana de la muralla, donde acamparon esa noche y al día siguiente, mientras aguardaban para completar los camellos y mulas necesarios para continuar el viaje.