Celebrations in honor of Saint Julian (1595)

Ruiz Jiménez, Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988

Abstract

In 1595, the city of Cuenca celebrated with special solemnity the Feast of the Translation of Saint Julian with various liturgical services, a procession with the Corpus Christi itinerary and other secular festive manifestations.

Keywords

Feast of the Translation of San Julian , vespers , matins , mass , illuminations , fireworks , pyrotechnic devices , the pealing of bells , to run the ring , procession , ephemeral architecture , dances , bustle in the street , theatre performance , Saint Julian songs (villancicos) , motet , psalm , bullfights , juegos de cañas (mock tournaments fought with bulrushes) , confraternities project , Marian confraternities , Christmas song (villancico) , Juan Fernández Vadillo (bishop) , cathedral chapter , city council , music chapel of the cathedral , musicians , dances , Juan de la Peña (chapel master, composer) , wind players , trumpets , drum player , clergy , confraternities , confraternity of Our Lady of the Assumption , confraternity of Our Lady of the Solitude , Mateo Salcedo (company director) , Nicolás de los Ríos (company director, actor) , Gaspar de Aguilar (writer)


En 1595, la ciudad de Cuenca festejó dos acontecimientos de especial relevancia para la comunidad religiosa diocesana y el regocijo de su ciudadanía. El primero era la concesión de un oficio propio para su patrón San Julián, la segunda la aprobación de su canonización, decretándose su incorporación en el martiriologio romano por el papa Clemente VIII el 18 de octubre de 1594. En este artículo, nos centraremos en los eventos que se organizaron coincidiendo con la segunda de las fiestas que en el calendario litúrgico conquense se dedicaban a este santo, la del 5 de septiembre, en la que se conmemoraba su Traslación, y que ese año fueron especialmente solemnes y se prolongaron del 4 al 9 de septiembre.

Juan de Licaso, secretario del cabildo de la catedral de Cuenca, formó un minutario de los acuerdos tomados por las corporaciones catedralicia y ciudadana para la organización de los distintos actos festivos, al que sumó una relación de las fiestas celebradas con la intención de enviarla al rey Felipe II que era especialmente devoto de San Julián.

Para la solemnización de la fiesta y la procesión, el obispo Juan Fernández Vadillo donó cien hachas de cera blanca, cuarenta para la procesión y las otras sesenta para lucir en el tabernáculo que se había dispuesto en la capilla mayor con el arca del santo. Por su parte, los canónigos de la catedral costearon un arco triunfal en la plaza mayor, junto a la catedral, profusamente decorado y en el que se colocaron seis cuadros de gran formato con escenas de la vida de San Julián, así como numerosas esculturas de pontífices, reyes y otros personajes. 

Los actos litúrgicos comenzaron con las vísperas que fueron muy concurridas y que se solemnizaron con “muy buena música de instrumentos y cantores de la misma iglesia y de la de Toledo y Descalzas de Madrid, y de otros músicos que vinieron a la fiesta a sus aventuras, lo cuales en competencia la festejaron con grande contentamiento de los presentes”.

Después de finalizadas completas:

“Entraron muchas danzas que por espacio de una hora regocijaron mucho con sus invenciones hasta que, dadas las cinco, se comenzaron los maitines, lo cuales se dieron con gran solemnidad y regocijo de música y villancicos en loor del santo, como se suele hacer la noche de Navidad y duraron hasta las ocho de la noche y díjolos el dicho don Luis Barba, arcipreste”.

Como hemos visto, debió reunirse un importante grupo de músicos de distintas capillas musicales, a cuyo frente debía estar Juan de la Peña que había sido nombrado maestro de capilla de la catedral de Cuenca pocos meses antes, comisionado para reclutar los músicos citados y que debió ser el autor de los villancicos cantados en los maitines de la fiesta y en la procesión del día 5.

A la caída de la noche, la ciudad se iluminó con numerosas luminarias y “grandes fuegos en los tres cerros altos que están sobre la ciudad, el de la Cruz [Socorro], San Cristóbal y Rey de la Majestad, lo cual todo visto desde el campo de San Francisco era un espectáculo de admiración”. En el campo de San Francisco y en la plaza Mayor se dispusieron los fuegos de artificio más elaborados. Se sumaron al festejo los encargados de convocar los juegos ecuestres de la sortija que tendría lugar el viernes día 8: “gran número de a caballo que con vistosas libreas y muchas músicas de ministriles, trompetas y atabales anduvieron por las calles principales para ponerse como se puso un cartel de sortija para el día de la Natividad de Nuestra Señora, después de vísperas”.

Al día siguiente, martes, 5 de septiembre, se comenzó a tañer a prima a las cuatro y media y se estuvieron tocando las campanas durante una hora. Oficiadas las horas y especialmente la misa con gran solemnidad y acompañamiento musical, se comenzaron los preparativos para la procesión.

Se habían convocado “de seis leguas alrededor” a los pendones, cruces, clerecía y cofradías, “con danzas de los sesmos y pueblos”. Desde muy temprano, se fue organizando en la catedral a los distintos participantes, según el orden que les correspondía en el cortejo: cofradías, clero regular y secular en número de “ciento y sesenta pendones y ciento y cuatro cruces”, a cada uno de los cuales se iba entregando una vela de cera blanca de una libra. A un tabernáculo que para la ocasión se había dispuesto en la puerta de la catedral, enfrente del arco triunfal citado, bajo palio, se trasladó desde la capilla mayor el arca con el cuerpo de San Julián. En este lugar, antes de empezar la procesión, “reposó un poco el santo y se cantaron muy gratiosos villancicos”. Se sumaron al cortejo los miembros del cabildo, el corregidor y el regimiento de la ciudad. La procesión se prolongó desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde. El itinerario fue el mismo que tenía la procesión del Corpus Christi, adornado con colgaduras “de Madrid y de otras partes, demás de las que había en la ciudad”. A lo largo del recorrido se dispusieron distintos altares, en los que se hacía estación con el cuerpo del santo y donde se cantaron “motetes, salmos, letrillas, etc.” Rogelio Sanchiz Catalán precisa cuáles fueron esos altares y quiénes sus promotores:

- En la plaza, frente a la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, a cargo de los curas y beneficiados de la ciudad que dispusieron “15 tronos, 14 para los titulares de las parroquias y en la parte superior otro en que colocaron la imagen de San Julián, presidiéndolos a todos”.

- En la calle de la Cárcel (o de la Correría, actualmente Alfonso VIII), los clérigos de la capilla de Santa Catalina colocaron otro que representaba a la Virgen entregando la palma a San Julián.

- Los escribanos hicieron su altar frente a la iglesia de San Juan, “pasada esta… con gran lujo y arte y lo coronaron con la imagen de San Julián”.

- Los notarios mayores y otros miembros de la administración de la Audiencia episcopal construyeron otro altar en la plazuela de Santo Domingo.

- Los hermanos de la Orden Tercera de San Francisco situaron el suyo en la puerta del Postigo (situada al final de las escalerillas del Gallo), el cual adornaron “con muchos santos”.

- La congregación de Nuestra Señora de la Asunción que tenía su sede en el colegio de los jesuitas colocó su altar en la plazoleta de la Esperanza (Hospital de Peregrinos) adosado a la iglesia del Salvador.

- La hermandad de Nuestra Señora de la Soledad que tenía su sede en su ermita lo dispuso junto al convento de los descalzos, simulando “el santuario del Tranquilo”.

Nota: “el convento de los descalzos” es como se conoce al convento de franciscanos descalzos situado en la calle Bajada a la Ermita de Nuestra Señora de las Angustias pero queda descartado porque está fuera del recorrido que tenía la procesión del Corpus. Es más probable que Sanchiz Catalán para la ubicación de este altar se refiera al lugar donde se encontraba, desde 1708, el convento del Carmen (carmelitas descalzos), en cuyo lateral se haría la última estación, antes de que la procesión subiera de nuevo por la calle de la Correría para regresar a la catedral.

Las vísperas se retrasaron y fueron celebradas “con gran solenidad y grande alegría de música y con tanto número de gente que no cabían de pies”. Por la noche se fueron relevando los clérigos que con sus preces escoltaban el cuerpo del santo “hasta que se subió a su lugar”. Este lugar era la parte superior de la antigua capilla de San Julián (la primera de la girola, en el lado de la epístola, cuya parte inferior, en 1595, era una puerta de acceso al altar mayor, la cual no se convirtió en capilla hasta el siglo XVII).

El día 6, miércoles, en el campo de San Francisco, los tradicionales festejos taurinos y juegos de cañas se prolongaron desde el medio día hasta la noche. En la catedral, el cuerpo de San Julián se trasladó al lugar donde habitualmente se encontraba “con la debida reverencia y devoción”.

El jueves, día 7, estaba prevista una representación teatral que no pudo llevarse a cabo hasta el día siguiente, viernes, festividad de la Natividad de la Virgen, porque no se había terminado el teatro efímero que debía disponerse enfrente de la catedral, tal y como se hacía en la festividad del Corpus Christi. De nuevo, al igual que el miércoles, se taño a prima a las 4.30 durante una hora y se dijo la misa “con gran tropel y auctoridad de música”, finalizando las horas a las 8.30. Una vez que todos los asistentes habían ocupado sus sitios, la compañía de Salcedo y Ríos representó una comedia de Gaspar de Aguilar (1561-1623) sobre “la misma vida e historia del santo, sin mezcla ninguna de entremeses ni profanidad”, la cual se prolongó más allá de las 11.30. Por la tarde, se oficiaron vísperas solemnes, “con la misma música de antes”, y se corrió la sortija que se había anunciado el lunes, con “muy graciosas invenciones y muy vistosas libreas”, la cual se prolongó durante las tardes de los dos días siguientes, dándose con ella por finalizada la fiesta.

El canónigo de la catedral de Cuenca, Sebastián de Covarrubias (1539-1613), en su Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, 1611), nos proporciona una definición de este juego ecuestre: 

“Un juego de gente militar, que corriendo a caballo apunta con la lanza a una sortija que está puesta a cierta distancia de la carrera”.

La urna de plata con los restos de San Julián permaneció en el “altar de la reliquia” hasta 1760, fecha en la que habían concluido las obras del trasparente de la catedral de Cuenca, construido con la finalidad de alojar las reliquias del santo.

Resources

Old chapel of San Julián. Picture by Daniel de Labra

Old chapel of San Julián (detail). Picture by Daniel de Labra

Magnificat quarti toni. Cristóbal de Morales