Ceremonies for the proclamation of King Ferdinand VI in the city of Huesca (1746)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
Ceremonies for the proclamation of King Ferdinand VI in the city of Huesca (1746).
Keywords
royal proclamation , illuminations , the pealing of bells , Matachines dance , swords dance , dances , ephemeral architecture , bustle in the street , cheers , bricklayers' guild , cucaña (greasy pole) , street music , music in towers and balconies , banquet , pyrotechnic devices , bullfights , fireworks , Te deum laudamus (hymn) , masquerade , confraternities project , Fernando VI (king) , José de Aisa (mayor) , Antonio Urriés (Lord of Nisano) , city council , dances , citizens , firing squad , horses , knights , carriage , trumpets , drum player , guilds , carpenters guild , sculptors' guild , Antonio Sánchez Sardinero (bishop) , cathedral chapter , music chapel , merchants guild , farmers' guild , weavers' guild , ropes' guild , shoemakers guild , blacksmiths' guild , pelaires guilde , tailors' guild
Las ceremonias de proclamación del rey en los territorios de las coronas hispanas suelen caracterizarse por una serie de elementos comunes que se coaligan con otros específicos de cada lugar, los cuales adoptan sus propias señas de identidad y dependen de las particulares circunstancias económicas y sociales en las que estas ciudades se encuentran en un momento determinado, confluyendo todos ellos para generar un peculiar paisaje sonoro claramente reconocible. Sus recorridos y espacios escenográficos nos permiten conocer los principales enclaves de la geografía festiva de un determinado núcleo urbano. En este artículo nos centraremos en la programación ceremonial que las instituciones cívicas y religiosas oscenses hicieron para celebrar la proclamación del rey Fernando VI en 1746.
La noticia de la proclamación real llegó a Huesca el 5 de agosto, pero la climatología obligó a retrasar los festejos de proclamación hasta los días 20 al 22 de noviembre, siendo el ayuntamiento, encabezado por José de Aisa, coronel de los ejércitos de su majestad y corregidor de la ciudad, junto con Lorenzo Dex de Abad y Lorenzo Climente de Aragón, miembros del cabildo municipal, los principales responsables de su organización.
El inicio de los festejos tuvo lugar a las 12 de la noche del día 20 de noviembre, con luminarias y campanas que anunciaron los tres días del celebración. Por la mañana, en las “plazas más capaces”, el llamamiento a la ciudadanía se continuó:
“Con un bien ordenado dance [sic] de matachines que repetido con variedad en varias partes ofrecía a un tiempo qué admirar y qué reír. Los trajes eran ridículos, los semblantes espantosos, pero ni lo espantoso fue enojo a la complacencia, ni lo ridículo a la seriedad del baile”.
A las dos de la tarde, el cabildo municipal había acudido a las casas consistoriales; los militares, caballeros y el resto de la ciudadanía se habían concentrado en la plaza de las Escuelas desde donde, a caballo, se dirigieron a la plaza del ayuntamiento para conformar la extensa comitiva que se encargaría de la proclamación real. En dos coches de recámara se subieron Antonio Urriés, señor de Nisano, acompañado de Martín de Naya, barón de Alcalá, Juan de Lastanosa y Bernardo de Urrea. Urriés fue el designado para tremolar el pendón real de damasco azul y orla dorada. En el cortejo iban, tras el escuadrón de dragones y cuatro alguaciles “despejadores”, los trompetas y atabales, maceros y reyes de armas, seguidos del resto de sus integrantes. Salieron de la plaza de la Seo, que al igual que las casas consistoriales y el resto del itinerario se habían aderezado para la ocasión, bajaron por la calle de los Caballeros (actual calle de las Cortes), pasaron delante del monasterio de San Pedro y por la calle de la Correría (actual Ramiro el Monje) llegaron a la plaza del Mercado.
En la plaza del Mercado había instalado un tablado, enfrente del cual se dispuso un elaborado arco triunfal construido por el gremio de escultores y carpinteros con distintas inscripciones y poemas alusivos al monarca, así como un retrato suyo. El arco culminaba con una escultura de la Fama “con clarín de oro” y un estandarte con las armas del reino y de la ciudad de Huesca. Se despejó un camino entre la multitud que ocupaba la plaza para que llegaran al tablado los encargados de realizar la primera proclamación, acompañados de los reyes de armas que para acallar a la ciudadanía gritaban: “Silencio, silencio, silencio, oíd, oíd, oíd”. Antonio Urriés, haciendo reverencia al retrato del rey que había en el arco triunfal, tremoló el estandarte real y repitió tres veces, en alta voz: “Castilla y Aragón por nuestro rey y señor D. Fernando el Sexto, que Dios guarde”. En este punto, la multitud comenzó a vitorear: no “sirvió dar aliento a los ruidosos clarines y timbales, porque sonaba más alta la fama de los vítores y solo pudo evitarse el clamoreo alejando el motivo de los alborozos”.
La comitiva siguió su camino por la calle de San Lorenzo. En ella, el convento de la Merced había dispuesto un nuevo arco triunfal. Prosiguió a la plaza del convento de Santa Clara donde la multitud aguardaba para “saludar” al estandarte real. Continuaron por la calle de la Población (actual Padre Ramón de Huesca) para llegar a la calle del Coso, ornamentada con tapices y poemas, al igual que el vecino convento de San Francisco, la iglesia de la Compañía de Jesús y el colegio de los padres agustinos descalzos. Aquí tuvo lugar la segunda proclamación real. Cercano a la Cruz del Coso, el gremio de los albañiles había erigido dos arcos, continuando el cortejo su itinerario por la plaza del colegio de San Bernardo, en la cual se encontraba otra elaborada estructura efímera que ocupaba todo el espacio de la plaza. En ella, se había colocado otro retrato del monarca y una serie de poemas, en diversos idiomas, compuestos por alumnos del citado colegio cisterciense. Para la diversión de los asistentes, el conjunto incluía “un elevadísimo árbol de cucaña, compuesto de variedad de frutas, dulces y aves”. El itinerario con el estandarte real prosiguió por la calle del imperial colegio mayor de Santiago (actual calle Dormer), igualmente adornado con los retratos de los reyes, diversas colgaduras y “agudísimos versos”. Finalmente, llegaron de nuevo a la plaza de la Seo, donde en un balcón se encontraba el obispo Antonio Sánchez Sardinero, acompañado del cabildo catedralicio, que soltó “dos cándidas taraceadas palomas que despedidas de su mano, entre colgantes de finas sedas, volaron presagiando más prosperidades a Fernando el Sexto”. En esta plaza: “alternaban en distintos balcones distintos choros de suave música que publicaban en acordes contentos haber conseguido Huesca la deseada gloria de haber proclamado a su rey la tercera y última vez”.
Finalizada la ceremonia, Antonio Urriés devolvió el estandarte real al corregidor que acompañado de toda la comitiva lo colocó sobre un asiento de terciopelo, “bajo el real solio”, donde permaneció custodiado por la correspondiente guardia durante los tres días del festejo. Los miembros del cabildo de la ciudad agasajaron a los caballeros que asistieron al acto de proclamación con un espléndido ágape.
Llegada la noche, en el Campo del Toro, se prendió un gran castillo de fuegos de artificio que se había fabricado a expensas de los mercaderes oscenses. Los fuegos se acompañaron de un repique general de campanas que se mezclaba con los vítores de la ciudadanía, prolongándose la iluminación con luminarias que se prendieron por todas las calles, en casas, torres y balcones, destacando los juegos de luces del colegio de la Compañía, del arco de los carpinteros y de los colegios de San Bernardo, de San Vicente y de Santa Orosia, que se repitieron en las siguientes noches.
El segundo día, la corporación municipal y la nobleza acudieron a la catedral donde, con asistencia del obispo y el cabildo, “se canto solemnemente el Te Deum”. A la salida, aguardaban:
“Los labradores con un extraño dance de espadachines. Era maravilla especial de esta invención el mixto de saraos y campos de batalla, en que se admiraban a un tiempo las direcciones de la esgrima y los compases del baile al son de una música parlera que dispuesta al uso de las provincias era halagüeño juguete del oído”.
A la una de la tarde, tuvo lugar una especie de máscara, organizada por el gremio de los tejedores. Dos personajes ataviados de turcos, a caballo, llegaron a la plaza de la Seo a demandar al corregidor permiso para “introducir unas acémilas y esclavos que deseaban presentar a nuestro rey y señor Fernando el Sexto”. Con la licencia pertinente, se dirigieron a la puerta de San Miguel a dar la noticia al comandante de una compañía, vestida de la misma manera, que entró “con trompetas y timbales” hasta las casas consistoriales, donde les aguardaban el corregidor y los regidores municipales. El conjunto estaba compuesto de cuatro acémilas, escoltadas por una escuadra de veinticuatro “turcos”, a pie, más doce parejas, con similar vestimenta, a caballo, que llevaban a los esclavos, “vestidos de verdadero hierro”, que ofrecieron el presente a los pies del retrato del rey. Posteriormente concurrieron otros gremios que con distintos tipos de vestiduras fueron igualmente desfilando delante de la corporación municipal. De aquí, recorriendo distintas calles de la ciudad, llegaron al Campo del Toro, donde les esperaban varios toros embolados que sirvieron de diversión a los concurrentes. A la caída de la noche, de nuevo, luminarias y el tañido de las campanas se sumaron a la transformación sensorial del paisaje urbano.
En la tercera jornada, se organizó una especie de entrada de la ciudad, precedida de trompetas, atabales, alguaciles, mazas y gremios (sogueros, zapateros, tejedores, herreros, pelaires y sastres) que marchaban en cinco “carrozas”, ataviados de distintos vestidos que representaban diferentes “naciones”. Tras dar varias vueltas por el Campo del Toro, tuvo lugar una “solemne” corrida de toros. El entramado urbano se iluminó por tercera jornada consecutiva, dándose por concluidos los actos con los que la ciudad de Huesca había celebrado la proclamación real de Fernando VI.