The black dancer Francisco Meneses (†1687)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
A poetic jácara from 1687 brings us closer to the black musicians who sang and danced in the cities and towns of the Hispanic crowns during the Modern Age.
Keywords
traditional songs , traditional dances , zarambeque or zumbé (dance) , black dances , announcement , bustle in the street , the pealing of bells , Francisco Meneses (danser) , blind street singer
Una jácara poética trasmitida en un pliego suelto de 1687 nos proporciona una curiosa información sobre los negros músicos que cantaban y bailaban en las ciudades de los que la literatura del Siglo de Oro español da buena cuenta.
Véase: http://www.historicalsoundscapes.com/evento/445/sevilla/es.
http://www.historicalsoundscapes.com/evento/281/sevilla/es.
Sitúa esta jácara al etíope Francisco Meneses en la villa y corte de Madrid:
“Veréis en lo que han parado / los zarambeques de un negro/… Érase un negro bufón, / que siempre lo son los negros, / que en la corte de Madrid/ era la risa del pueblo./ Este es Francisco Meneses, / aquel bailarín moreno, / que con una cuerda y arco / era junta de gallegos.”
Su amo, “hallándole tan travieso”, lo vende a un tabernero a cambio del dinero que le debía, ya que nadie quería comprárselo. Emborrachándose con el vino del tabernero y tras molerle este a palos, le promete:
“Yo te pagaré, señor, / todo el caudal que te cuesto, / con que me dejes andar / bailando por todo el pueblo./ El amo se lo concede, / cuando el pícaro embustero / puso en un arco una cuerda, / y para mayor festejo, / le puso de cascabeles / un remate, y con aquesto / salió haciendo mil visajes / con la danza del guineo./ Entrábase en las tabernas,/ y si hallaba algún gaitero,/ no solo vino tomaba,/ sino ganaba dinero”.
Con el caudal obtenido, logró conseguir del tabernero su carta de libertad:
“Daba al amo cada día/ dos reales, con que en teniendo/ la carta de horro, se fue/ bailando de pueblo en pueblo… Y viendo las desvergüenzas,/ los visajes, los meneos,/ las palabras indecentes/ los cantares deshonestos./ Le enviaban los alcaldes / a puros palos del pueblo”.
En este deambular, Meneses quiso visitar Ciudad Real. Yendo de camino a esta ciudad:
“Vio una hermosa labradora… Alterósele la sangre,/ y fue danzando y tañendo/ tras ella, porque gustase/ de aquel entretenimiento./ Esperole la zagala/ con cándido pensamiento,/ sin que pudiera pensar/ las maldades de su intento./ Llegose el negro y la dijo/ que si gustaba de aquello/ que tocaba y que cantaba/ sería su esclavo el negro”.
La muchacha se asustó y salió corriendo, persiguiéndola Meneses hasta que la alcanzó, la violó, la asesinó y la enterró, siguiendo luego su camino hacia Ciudad Real. Ya en la ciudad, un incidente con un perro, alerta a la justicia que lo prende por la sangre que manchaba sus manos y el cuchillo que se le incautó. Un pastorcillo que había sido testigo del suceso, al llegar a Ciudad Real, contó lo acaecido. Procedió la Santa Hermandad, acompañada de veinte cuadrilleros, a llevar a Meneses al lugar en el que había enterrado a la joven, acompañado de gran concurso de gente. Al regresar a la ciudad, “daban las mujeres gritos/ y de las campanas fueron/ bocas los mil clamores/ para calmar el suceso”. Encerrado en la prisión, la vista de su causa fue rápida, siendo ajusticiado en la dehesa de Peralvillo, tras prestarle la habitual asistencia espiritual.
La Santa Hermandad de Ciudad Real era una institución encargada de perseguir a los malhechores que transitaban por “los caminos reales y montes y brechas” en la Mancha. Fundada en el siglo XIV, mantuvo su actividad hasta entrado el siglo XIX. Los condenados eran ejecutados en el altozano de Peralvillo (a unos siete kilómetros de la ciudad), habitualmente asaeteados. Llegado el momento, tras la lectura en voz alta del pregón con la publicación del delito y la pena impuesta, a la puerta de la cárcel, ubicada en la antigua calle Dorada, enfrente de la iglesia de San Pedro, se disponía la comitiva que encabezada la cofradía de la Caridad, a cuyo frente iba el hermano mayor portando el crucifijo, seguida de cuadrilleros, con su estandarte verde, un escribano y el alcalde. El pregón se repetía en distintos puntos del itinerario hasta llegar a la puerta de Toledo, desde donde, por el camino directo, se dirigían al cadalso. Antes de comenzar la ejecución en el lugar conocido como las Horcas del Peralvillo, donde se había dispuesto una tienda de campaña para los letrados, alcaldes y el resto de los acompañantes, volvía a pregonarse la sentencia.
Nota: El zarambeque era una danza con influencias españolas, africanas y mestizas, alegre y bulliciosa que gozó de una cierta popularidad en los siglos XVII y XVIII. De carácter popular, es cultivada también por la música académica, de la que han llegado hasta nuestros días ejemplos compuestos por Diego Fernández de Huete, Lucas Ruiz de Ribayaz y Santiago de Murcia. El “guineo” era sinónimo de “baile de negros” y, por lo tanto, incluía toda una serie de bailes afro-hispanos muy populares en ese tiempo.
El término gaitero, en el contexto citado, puede referirse a los ciegos que tocaban la zanfona, también llamada gaita de pobre o zamorana, los cuales pululaban por calles y tabernas recitando y cantando acompañándose de este instrumento. Se les denominaba también ciegos jacareros en referencia al género poético que aquí nos ocupa y del que se apropiaron en el siglo XVIII.