The soundscape of the tournament of the Honourable Passage at the bridge of the Órbigo Hospital (1434)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
In the Jacobean year of 1434, the Leonese knight Suero de Quiñones obtained permission from King John II of Castile to organise a peculiar tournament on the bridge of the Hospital de Órbigo (León), which was on the French pilgrimage route to Santiago de Compostela. The jousting lasted for thirty days, during which the clashing and breaking of weapons became the main element in the soundscape of the clashes. The trumpets and minstrels were in charge of marking and structuring the main moments of the beginning, development and end of each of these days.
Keywords
joust , dances , mass , ephemeral architecture , heraldic music , announcement , bustle in the street , Suero de Quiñones , Juan II (king of Castile) , horses , knights , trumpets , wind players , ajabeba player (Moorish flute) , crowd , Dalmao (trumpet) , Petruco (trumpet) , Pericón (trumpet)
En 1434, año jacobeo, el caballero leonés Suero de Quiñones, de veinticinco años de edad, pidió audiencia al rey Juan II de Castilla, el cual se encontraba en el castillo de la Mota, en Medina del Campo (Valladolid). El motivo era solicitar el permiso para la organización de un torneo en el cual estuvieran obligados a participar todos aquellos caballeros que atravesaran el puente del Hospital de Órbigo (Leon), paso obligado en la ruta francesa del Camino de Santiago. El torneo debía prolongarse durante un mes y los que se negaran a participar deberían vadear el río en señal de cobardía. La razón última de esta hazaña era librarse de la argolla de hierro que Suero de Quiñones llevaba colgada al cuello, cada jueves, como prueba de amor hacia Leonor de Tovar. Para ello, él y su cuadrilla debían vencer a todos los caballeros que intentaran pasar el puente durante un período de treinta días o romper trescientas lanzas, tras lo cual peregrinaría a Santiago, quedando eximidos de la contienda el rey y el condestable Álvaro de Luna. El monarca castellano le concedió el permiso y le ofreció toda clase de facilidades. El torneo comenzó el 10 de julio y finalizó el 9 de agosto, con un solo día de descanso que coincidió con la festividad del apóstol Santiago, el 25 de julio.
La crónica de este acontecimiento fue redactada por Pero Rodríguez de Lena, notario real, que fue testigo presencial de los acontecimientos y recogió estos hechos en su Libro del Paso Honroso defendido por el excelente caballero Suero de Quiñones. Esta obra fue publicada por el franciscano Juan de Pineda, en Salamanca, en 1588, que es la fuente que he usado para para extraer los principales elementos sónicos que se recogen en ella. Ya en la portada de su libro, Pineda señala que fue compilado “de un libro antiguo de mano”, refiriéndose igualmente a esta fuente la licencia de impresión concedida por el rey Felipe II: “que vos habíades hallado un auto antiquísimo de mano y maltratado que se intitulaba Libro del Paso Honroso”. En su inicio, se dice que el libro fue “abreviado” por Pineda, aunque, como veremos, al final del mismo, el franciscano reconoce que fue fiel a todo lo que en ese manuscrito se contenía.
La cuadrilla de Suero de Quiñones, hijo segundo de Diego Hernández de Quiñones, merino mayor de Asturias, y de María de Toledo, estaba formada por nueve “compañeros hijosdalgo e de limpia sangre”. Las condiciones del torneo imponían que: “cualquier caballero o gentilhombre que por aquel camino pasase, harían con él tantas carreras por liza en arneses de seguir e hierros amolados a punta de diamante hasta ser rompidas por uno de los dos tres lanzas”. Las armas debían ser proporcionadas por el propio Suero de Quiñones. La dama que pasara y que no fuera acompañada de caballero “que por ella haga las armas ya devisadas, pierda el guante de la mano derecha”, estableciéndose igualmente las condiciones para aquellos que vinieran a rescatarlo.
La primera referencia musical que encontramos en la crónica se sitúa en la cámara donde el rey recibió a Suero de Quiñones y a su cuadrilla en el castillo de la Mota, donde se alude a “un caballero de los que danzaban en la sala” y, realizada la petición formal al monarca: “hizo su reverencia al rey y reina y se volvió con sus compañeros honorables a se desarmar e desarmados vistieron sus ropas, según que convenía, e tornaron a la sala a danzar”.
Parece evidente que los elementos sónicos más destacados en el puente del Hospital de Órbigo fueron los que generaban el galopar y relinchos de los caballos, que al igual que los caballeros resultaron en más de una ocasión heridos de gravedad, y los del entrechoque y ruptura de las armas, a los que se sumaría el de las aguas del río Órbigo y el bullicio provocado por la numerosa concurrencia que acudió a presenciar estos torneos.
Se preparó el campo para justar (liza), cerrado por dos puertas; en una estaban los defensores del Paso y por la otra entraban los que iban a “se probar de armas”, a los que se denomina “conquistadores o aventureros”. En la liza se dispusieron siete caldasos (tablados):
“Otros dos cadalsos, estaban en medio de la liza, uno frente al otro, y el uno era para los jueces y para el rey de armas, y farautes y trompetas y escribanos, y el otro para los generosos, famosos, honrados caballeros que viniesen a honrar el Honrado Paso… los otros dos cadalsos estaban más adelante para otras gentes y para los trompetas y oficiales de los caballeros y gentiles homes que al Paso viniesen”.
En la iconografía medieval y moderna de estos torneos y justas aparecen siempre las trompetas como el instrumento imprescindible en el anuncio de sus contendientes, portando sus emblemas, y en las distintas fases de su desarrollo (ver recursos).
El 10 de julio, en el puente de San Marcos, en León, se colocó la escultura de mármol de un faraute, hecha por Nicolao Francés, “maestre de las obras de Santa María de Regla de León”, con la mano derecha señalando el camino francés y en ella “una letras que decían: por ahí van al Paso”. Ese mismo día, se instalaron veintidós tiendas, dos de ellas de mayor tamaño, bajo la puerta por la que entraban los caballeros que venían a justar, donde se podrían la armadura. En el resto se acomodarían:
“Los mantenedores y los demás que a ver las justas viniesen, con todos los oficiales necesarios, como reyes de armas, farautes, trompetas y otros menistriles, escribanos, armeros, herreros, cirujanos, médicos, carpinteros y lanceros que enastasen las lanzas, sastres y bordadores y otros de otras facciones”.
En medio de las tiendas hicieron una sala de madera, toda decorada con “ricos paños franceses”, en la que se dispusieron dos mesas, una para Suero de Quiñones y los que venían a justar y la otra para el resto de los “principales caballeros” que iban a ver las justas.
En una de las tiendas había instalada una capilla en la que algunos dominicos, que “allí tenía Suero de Quiñones”, decían diariamente tres misas: al amanecer, a la hora de prima y a la hora de tercia.
El cronista nos relata, de forma precisa, como transcurrieron cada una de las jornadas, quiénes justaron cada día y cómo se desarrollaron las distintas carreras que realizaron. Al final del libro, Pineda elabora, a modo de índice, un listado de los “defensores o mantenedores” y de los “conquistadores o aventureros”, especificando su nombre, procedencia, número de carreras que corrió y las lanzas quebradas en su justa.
Veamos lo acaecido el primer día:
“Otro día, domingo, a once de julio, al amanecer, comenzaron a resonar las trompetas y otros ministriles altos y a mover y azorar los corazones de los guerreros para las armas jugar. Y Suero de Quiñones y sus nueve compañeros se levantaron y juntos oyeron misa en la iglesia de San Juan en el hospital que allí está de la orden de San Juan y tornados a su albergue salieron poco después para recibir su campo y liza en la manera siguiente: Suero de Quiñones salió en un caballo fuerte…”
Nos describe Rodríguez de Lena, con todo detalle, los ornamentos del caballo, divisas, su vestuario y armas, así como el de sus pages. Delante de Suero de Quiñones iban sus nueve compañeros, precedidos de un carro lleno de lanzas, ya preparadas “con sus fuertes hierros de Milán”, las cuales eran de tres distintos grosores. A la cabeza se colocaron “los trompetas del rey y los de los caballeros con atabales y ajabebas moriscas traídas por el juez Pero Barba”. Acompañando a la comitiva iban también un buen número de caballeros. Tras las dos vueltas a la liza, en la segunda, Suero de Quiñones se paró delante de la tribuna donde estaban los dos jueces para requerir de ellos que actuaran con honradez y justicia:
“Sin responder los jueces partieron todos de la liza para sus posadas con varios estruendos de muchas músicas que alegraban las gentes y ansí se fueron a comer y pasaron aquella tarde en algunas conferencias”.
Los relatos de los siguientes días permiten constatar algunos elementos recurrentes, entre ellos la señal acústica que avisaba del inicio de la jornada: “las músicas comenzaron su alborada moviendo los humores de los peleadores para les poner mayor brío y esfuerzo en sus corazones”. En unas ocasiones se citan solo trompetas o solo ministriles, en otras “menestriles y trompetas”, por lo que probablemente el término “trompeta”, al igual que el de “menestril”, se usen, en este contexto, como genéricos de instrumentos altos. Sobre la terminología usada por el notario real Pero Rodríguez de Lena, parece que Juan de Pineda fue bastante fiel al original, ya que al referirse a su fuente manuscrita, precisa:
“En letra antigua y vieja y muchas cosas dichas con mucha escuridad para este tiempo y otras mal ordenadas y confusas, la cuales aclaré conforme al tener de las cosas que se van diciendo, sin dejar aventura ninguna por decir, ni poner yo de mi casa cosa fuera de lo contenido en el libro, cualificando los fechos de armas con las mesmas palabras del original antiguo, a veces en su estilo y a veces en el mío, y a veces mezclándolos ambos y señaladamente usando de sus antiguas palabras que importan autoridad y dan gusto a la lección”.
Después de asistir a la misa del alba, “conforme a lo acostumbrado por los que guardaban el Honroso Paso”, jueces, rey de armas, faraute, persevantes, escribanos y trompetas se ubicaban en su tribuna correspondiente. Suero de Quiñones llegaba a la liza “muy acompañado y con mucha música”, el resto de los contendientes, también solían llegar “con buena música”. Justarían, por voluntad de los jueces: “arrancando los caballeros con ellas [lanzas] puestas en ristre y no sobre el muslo”. Antes de comenzar la justa, el rey de armas pregonaba “que ninguno fuese osado por cosa que sucediese a ningún caballero, dar voces o aviso, o menear mano, nin facer seña, so pena de que por hablar le cortarían la lengua y por hacer seña le cortarían la mano”. Se pregonaba igualmente que a ninguno se les penaría por las heridas que infringiesen o incluso por provocar la muerte de su contrincante, si habían justado en buena lid. Tras este pregón:
“Aquí mandaron los jueces sonar toda la música con grandes estruendos y en tono rasgado de romper en batalla y mandaron luego al rey de armas y al faraute dar otra grida o viva de gala, en esta manera: lexeles, aleer, lexeles aleer e fer son deber”.
Tras lo cual, comenzaba la justa que el cronista, como he señalado, describe siempre minuciosamente. Finalizaba esta, Suero de Quiñones u otro de sus caballeros invitaba a su contrincante a cenar, siendo ambos acompañados por una comitiva “y con mucha música a sus posadas [o “con mucho ruido de trompetas a sus posadas”], como se hacía ordinariamente con todos los justadores, aunque no siempre lo especifiquemos”.
Rodríguez de Lena da cuenta de una insólita contienda musical que ocurrió el 1 de agosto:
“Llegó en la mesma tarde al Paso Honroso un trompeta lombardo que había venido en romería a Santiago de Galicia, y estando allí oyó decir que en paso de la puente de Órbigo estaba un trompeta del rey de Castilla muy señalado en su arte que se llamaba Dalmao y había rodeado treinta leguas por se probar con él en su música. De dos muy buenas trompetas que traía puso la una contra otra de Dalmao, y tomando este la trompeta del lombardo la tocó con tanta fuerza y con tantas diferencias de sonadas y de consonancias que el lombardo, después que hizo cuando pudo y supo delante de los jueces y de muchos otros se dio por vencido y le dio su trompeta y Dalmao la recibió y se la tornó luego, y le convidó para todo el tiempo que allí quisiese descansar, y el lombardo le quedó muy enamorado”.
En la postrera jornada en que se cumplían los treinta días de justas, lunes 9 de agosto, en el último de los enfrentamientos, se precisa: “tocaron al arma la trompetas, chirumbelas y atabales y jabebas moricas”. Concluido el torneo:
“Mandaron tocar por alegría todos los menestriles que allí se hallaron y encendiéronse muchas luminarias e antorchas que alumbraban el campo e liza para más solemnizar el alegría de haber conseguido el fin deseado en tan honrosa empresa”.
Más tarde, se presentaron delante de los jueces Suero de Quiñones y los caballeros que con él habían defendido el Paso Honroso:
“Todos entraron a caballo en el campo con la orden y gran solemnidad con que el día primero entraron, yendo sonando delante dellos todos los linajes de menestriles altos que se hallaron en el paso que regocijaban la gran gente que allí se halló”.
Tras “pasear el campo”, Suero de Quiñones habló a todos los presentes, dando cuenta de cómo había cumplido con su misión y solicitando se le quitara el “fierro” que había llevado cada jueves en testimonio de su libertad. Los jueces mandaron al rey de armas y al faraute le quitaran la argolla del cuello y lo dieron por libre de su “empresa y rescate”.
Entre los numerosos testigos del documento que se entregó a Lope de Estúñiga del “ejercicio de las armas en la que defendió el Honroso Paso”, se encontraron: Dalmao, Petruco y Pericón, “trompetas del rey nuestro señor don Juan”.
El día 10 de agosto, se levantó el campamento y como en el resto de las jornadas “comenzante a alborear, las trompetas e los otros menestriles dieron su música muy alentada y regozijadamente”. Suero de Quiñones y sus nueve compañeros salieron ese mismo día camino de León.
Como hemos visto, a lo largo del mes que duraron las justas, el puente de Órbigo y sus alrededores se vieron envueltos en un estruendoso y variado paisaje sonoro en el que se entremezclaron los estridentes sonidos del entrechocar de armas con las intervenciones de carácter bélico y festivo de trompetas y otros instrumentos altos que presidían las justas y acompañaban a las distintas comitivas en sus desplazamientos. Como contrapunto, el canto en las ceremonias religiosas que a diario tenían lugar en el campamento, oficiadas por miembros de la Orden de los Predicadores.
Faraute: En las cortes medievales, oficial de armas superior al persevante e inferior al rey de armas, que ejerció las funciones de mensajero, intérprete y especialista en heráldica.
Grida: Gritería que se tomaba frecuentemente como señal para que los soldados tomasen las armas.