The funeral Music of Francisco López Capillas for the Funeral Honours of Philip IV in Mexico City (1666)
García Martínez,
Adrián
Universidad Nacional Autónoma de México
0009-0005-5571-8049
Abstract
After the death of Philip IV, a year later, in 1666, the corresponding funeral honours were held in Mexico City in memory of the monarch. As was customary, books narrating the celebrations of that historic event were printed. Two of them, now kept in the National Library of Mexico, detail the mortuory activities surrounding the king, but they also bear witness to the music written for the occasion, hitherto unknown, by the then chapel master of the Cathedral of Mexico: Francisco López Capillas.
Keywords
funeral rites , proclamation of the feast , the pealing of bells , novena , requiem mass , vespers , antiphon , psalm , lesson of the dead , <em>In horrore visionis nocturnae</em> (motet) , Felipe IV (King) , Francisco López Capillas (composer, chapel master) , drum player , cornetto player , Isidro de Sariñana y Cuenca (canon, chantre, dean, bishop) , music chapel , cathedral chapter , In horrore visionis nocturnae (motet)
El 12 de mayo de 1666 llegaba al puerto de San Juan de Ulúa, Veracruz, la flota con el correo desde la metrópoli. Tres días más tarde, el virrey recibía una de aquellas misivas. El sábado 15 de aquel mes, a las siete de la noche, hora destinada para los asuntos de gobierno, el Marqués de Mancera recogía la inminente noticia: Felipe IV había muerto. Al día siguiente, llegaron los cajones con los papeles enviados por la reina. Ahí, ordenaba que se organizaran “las demostraciones exteriores, que en semejantes ocasiones se acostumbran”. El lunes 17, fueron seleccionadas las personas que ayudarían con las honras fúnebres, y no fue hasta el 26 de mayo que se publicó y pregonó por todo el reino la muerte del rey.
Con atabales y cornetas, los emisarios del virrey salieron del palacio y leyeron el edicto: luto y vestimentas propias obligadas para los españoles, pero voluntarias para los indígenas. Todo un aparato fúnebre para honrar a su monarca. Una vez leído el decreto, el corregidor dio una indicación al pertiguero para que ordenara los doscientos golpes con la campana más grande, estimada y sonora de la catedral. Una a una, las setenta y tres iglesias, conventos, la universidad, colegios, hospitales y ermitas de la ciudad siguieron aquel ronco eco. Cuatro horas duró el sonido de los bronces, desde las once hasta las tres de la tarde. Terminadas las dos centenas, repicaron siete clamores o redobles, “dos más de los que se acostumbran en las muertes de los Virreyes, y Arzobispos”. La capital del virreinato retumbó hasta las ocho de la noche extendiéndose a la celebración de las honras. Solo callaron en las Vísperas de la Ascensión, y desde el 20 de junio hasta el 12 de julio en ocasión de las fiestas de la Santísima Trinidad, San Juan, y la Octava de Corpus (este día fueron suspendidos los funerales para la Aclamación de Carlos II).
El 30 de mayo se acordó con el Cabildo de la catedral la organización de los festejos que seguirían los próximos días: pésames, el 4 de junio en el palacio; novenario de misas, del 5 al 10 y del 16 al 18 de junio en la Capilla Real; pompa procesional y honras, el 23 de julio. Las celebraciones se llevaron a cabo en la Capilla Real del Palacio Virreinal, en la Catedral Metropolitana, y concluyeron con un servicio particular en el Convento de Santo Domingo los días 25 y 26 de agosto, amén de todas las demostraciones que se realizaron en otros centros religiosos.
Estos fantásticos detalles, y muchos otros, fueron consignados en una relación intitulada Llanto del occidente, en el ocaso del más claro sol de las Españas (1666) conservada en la Biblioteca Nacional de México. Gracias a Isidro de Sariñana y Cuenca (1630-1696), testigo y autor de la obra, conocemos los lugares, las atmósferas, las decoraciones y las sonoridades que durante aquellos días inundaron a la capital de la Nueva España. Es común encontrar en estas crónicas una cantidad invaluable de sucesos que nos proporcionan una idea del despliegue artístico y del complejo aparato que implicaba la demostración que los territorios en ultramar bajo el dominio español realizaban en honor de sus autoridades civiles o eclesiásticas.
Para la musicología estos relatos constituyen una ventana muy rica pues, a pesar de que sus autores pocas veces describen qué música ornamentó los servicios fúnebres, ofrecen un testimonio de su recepción o de la estructura exequial. Con seguridad, una de las crónicas más conocidas es la recogida por Francisco Cervantes de Salazar (c. 1514-c. 1575) en su Túmulo Imperial de la Gran Ciudad de México (1560). Su narración da cuenta de las honras fúnebres en memoria del emperador Carlos V, y ofrece detalles muy concretos del repertorio polifónico utilizado en aquel acto. Su crónica ha posibilitado la reconstrucción del Oficio de Difuntos en la Ciudad de México, y ha enriquecido nuestro conocimiento sobre la peculiar tradición musical cultivada en la capital de la Nueva España en torno a los servicios mortuorios. Además, conocemos a los polifonistas que fueron interpretados como Cristóbal de Morales, y el entonces maestro de capilla Lázaro del Álamo.
Sin embargo, es hasta ahora que, a través de la rica pluma de Sariñana, podemos rastrear a otro compositor que intervino en la manufactura de la música fúnebre ex profeso para un monarca durante el siglo XVII. Sariñana ocupaba el cargo de chantre, y su posición lo relacionaba de manera directa con la capilla musical de la Catedral de México. Las Actas de Cabildo que mencionan a Sariñana lo vinculan con la examinación y contratación de cantores y ministriles. En su Llanto del occidente, Sariñana despliega descripciones muy puntuales y personales sobre la música y su codificación con respecto a las imágenes que se mostraban en el túmulo construido para las honras.
La narración de Sariñana nos conduce al 5 de junio, día que iniciaron las novenas y misas celebradas en la Capilla Real del palacio. De nueva cuenta, nos describe la decoración de la capilla, así como los nombres de las autoridades religiosas y civiles que asistieron, su orden de llegada y el ceremonial que prestaron para este primer acto religioso. Entonces, Sariñana nos dice lo siguiente:
“Luego que se sentó su Excelencia principió la Capilla la Vigilia, prosiguiéndola, y oficiando la Misa con música nueva; que sin derogar a lo fúnebre lo armónico, ni desdecir de lo religioso lo suave, compuso para este día el Lic. Francisco López Capilla[s], a quien pudo dar el nombre la que en esta S. Iglesia maestrea su destreza, y gobierna su compás”.
Para entonces, Francisco López Capillas (1614-1674) llevaba doce años al frente de la capilla de música de la catedral. Es a través de los ojos y oídos de Sariñana que sabemos de una música hasta ahora desconocida de este compositor. Al igual que su misa para cuatro coros encargada por el virrey Francisco Fernández de la Cueva en 1656, es desafortunado que la polifonía exequial de López Capillas esté extraviada; en ambos casos, solo nos quedan las crónicas. El único testimonio de su repertorio fúnebre que ha llegado hasta nuestros días es el motete In horrore visionis nocturnae, ¿acaso parte de esta “música nueva”?
Sariñana vuelve a mencionar a López Capillas de manera indirecta más adelante. El 23 de junio se celebraron las Vísperas en la catedral, y nos dice:
“Empezó la Capilla las Vísperas, que se cantaron con extraordinaria fúnebre dulzura, y armonía de voces, estando para ellos días prevenida, y nuevamente compuesta la música, a desvelos, y esmeros de su Maestro”.
Además de la relación de Sariñana, existe otro testimonio alrededor de las honras fúnebres de Felipe IV celebradas en el Convento de Santo Domingo. Esta crónica, conservada también en la Biblioteca Nacional de México, intitulada Honorario Túmulo; pompa exequial y Imperial Mausoleo, fue recogida e impresa por el Tribunal de la Inquisición en 1667. Aquí, su autor da noticia de la música compuesta por López Capillas:
“[...] empezó la Capilla de la Catedral sus Vísperas. Cantolas, no solo con el lleno de Cantores, Ministriles, e instrumentos, de toda la Capilla, y con la puntualidad, y esmero, que pedían tan empeñados encargos del S. Oficio: sino con música nueva, exquisita, y eminentísima, que a todas las Vísperas, Antífonas, Salmos, y Lecciones compuso para esta ocasión el Maestro de Capilla, cuya conocida eminencia en sus composiciones se excedió a sí misma en esta, por llegar a igualar los deseos de su obsequio al S. Tribunal, y los desempeños de su Señoría en tal asunto”.
Estos hechos traen a colación la presencia del libro de coro con los ocho magnificat polifónicos y las ocho misas de López Capillas conservado en la Biblioteca Nacional de España. Es posible que su embarque a la metrópoli haya sido en agradecimiento por la obtención de la ración entera en el cuerpo del Cabildo. Pasados cinco años de las honras fúnebres de Felipe IV, el 10 de marzo de 1671 López Capillas fue beneficiado con este privilegio real. ¿Fue acaso su aportación musical a estas exequias la razón de tal prebenda? La pregunta seguirá abierta a cualquier hipótesis. En cualquier caso, no deja de ser extraordinario el rico testimonio que las relaciones fúnebres continúan entregando acerca de la música, sus agentes y del contexto cultural en el que se desarrollaron. No obstante, hoy podemos sumar al imaginario aquella música exequial de uno de los compositores novohispanos más importantes del siglo XVII.