Preliminaries and celebration of the beatification of Ignatius of Loyola (1610)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Keywords
proclamation of the feast , procession , mass , dances , psalm , motet , chanzoneta (secular song, see also Christmas song) , bustle in the street , the pealing of bells , carriages sounds , animal sounds , street music , Society of Jesus , city council , cathedral chapter , music chapel of the cathedral , wind players , clarion player , bell-ringer , cornetto player , dulcian player , flute player , crowd , blind street singer
La ciudad estaba muy agitada en los días previos a la festividad de la beatificación de Ignacio de Loyola, en especial debido al proceso de expulsión de los moriscos. El bando de expulsión se había publicado en la ciudad el 17 de enero de 1610 y el 1 de febrero, pocos días antes de concluir el plazo dado de veinte días, había embarcadas en el puerto de Sevilla 2527 personas. A este hecho se unía la preparación de la salida de la flota de Indias “que actualmente estaba embarcando sus mercaderías y tantos pasajeros que no daban poco en que entender”. Concurrieron al notable evento un gran número de forasteros “a la fama de ser fiesta de Sevilla, prometiéndose ostentación, piedad y riqueza, que en semejantes ocasiones siempre se hace, y no se engañaron”. La congregación de caballeros de la Santísima Trinidad –residente en la casa profesa jesuítica– encargó una imagen de vestir de Ignacio de Loyola para la ocasión, la cual fue ejecutada por Juan Martínez Montañés y policromada por Francisco Pacheco y que se colocó en el altar mayor. Las monjas del cercano convento de la Encarnación bordaron “todos los campos de la sotana y manteo del santo”. Terminado su aderezo, la imagen se trasladó del convento a la casa profesa acompañada “de música y otras demostraciones de regocijo”. Se publicó la fiesta, la cual debía celebrarse el domingo de Septuagésima (7 de febrero). El viernes previo, por la tarde, desde el colegio de San Miguel, se hizo un paseo con ochenta estudiantes, a caballo, “bien aderezados”: “Prosiguiendo el paseo con dos maceros delante, en figura de salvajes, a caballo, de semblantes feroces, largas cabelleras, mazas a los hombros, y en medio de ellos un sonoro clarín, que tocando a tiempos, alzaba de punto la significación de su jornada...” Luego iban los justadores de la justa literaria. La comitiva fue “discurriendo por las casas de los jueces del certamen, para lo cual fue necesario dar vuelta a gran parte de la ciudad, y llegando primero el correo, dejaba a cada uno su carta, a unos en latín y a otros en romance, en que pedía el premio y que se le guardase justicia, entregándola con música que llevaba de ministriles”. El paseo terminó en la casa profesa de la Compañía.
El sábado, ya empezó a llegar una gran cantidad de gente “que apenas daban lugar a los religiosos ni a sus ayudantes”. A las doce del medio día, “cuando se tañe la plegaria, puntualmente , hizo una señal solemnísima, de repique de sus campanas (que en este género son de singular majestad y grandeza) alegrísimo, respondiéndole las parroquias todas de la ciudad ( y muchos conventos de frailes y monjas por su devoción), señal de regocijo que no suele hacer, sino raras veces, y esas en los días de sus vocaciones, en casamientos de sus reyes o en nacimientos de príncipes, sucesores de esta corona y monarquía, etc.”. La presión de la gente era tanta que tuvieron que abrirse las puertas de la iglesia antes de la hora de Vísperas.
La relación da cuenta del adorno de la iglesia, como era habitual con pinturas, telas, ornamentos litúrgicos y numerosos tapices y, en especial, del claustro, que el cronista describe minuciosamente. Las componentes olfativa y lumínica cobran también especial importancia: “ramos de flores y luces, en gran número... ultra de los muchos pomos y braseros de plata, en que ardían olorosos perfumes, sin más los pebetes, de particular grandeza, retocados de oro, y a trechos, en las gradas muchos y grandes blandones de plata con cirios de cera blanca, todo finalmente hecho una brasa de fuego... sin que dejase de arder la cera en todos los altares de iglesia y patio desde el sábado a vísperas hasta el miércoles al anochecer, que como dije era en gran cantidad, de más de trece arrobas”. La cera fue costeada por la hermandad de sacerdotes de la Concepción de María que residía también en la casa profesa de la Compañía.
A las tres de la tarde llegó el cabildo de la ciudad. Las Vísperas fueron iniciadas por Francisco de Quesada, padre provincial de la Compañía de Jesús, acompañado de seis congregantes. En el coro se encontraban un buen número de dignidades y prebendados de la catedral y superiores de distintas órdenes:
“Todos juntos parecían un coro celestial, hermoseado con la variedad de colores de tanto hábito santo. Y de manera fue la solemnidad numerosa de voces con que se respondía y oficiaba que causó en muchos singular devoción y en otros ternura de lágrimas y piadosos efectos, como quien se hallaba en un acto de tan sonora aclamación... Prosiguiéronse las Vísperas solemnísimas porque el racionero Lobo, excelente maestro de capilla, puso singular diligencia en que se aventajase toda suerte de canturía, así de psalmos, con varios instrumentos de ministriles, bajones, cornetas, flautas y dos órganos, como en la composición de tonos a las chanzonetas que se compusieron a propósito del santo que adelante veremos”.
Tras la animadísima noche que vivió la ciudad y que describimos en otro evento, al día siguiente dijo la misa también el padre Francisco de Quesada:
“Prosiguióse la misa con la mesma variedad de música y los demás instrumentos della que dijimos en las Vísperas, acompañada de motetes, villancicos y otras composiciones del arte, en que el maestro [Lobo] quiso extremarse”.
El sermón fue predicado por el agustino fray Pedro de Valderrama. La misa terminó “casi a las dos”. Los alrededores de la iglesia estaban abarrotados de “caballos, coches, carrozas, sillas de mano y aprieto de gente”.
Se quedaron a comer los superiores del convento, otros religiosos y los prebendados de la catedral. Después de la comida, hubo una danza:
“Fue muy bien entretenida, de ocho estudiantes de mediana edad, galanes, ricamente vestidos, de dos en dos, en trajes de diferentes naciones y muy diestros en danzar y bailar con gallardía”.
Otro elemento sónico merece especial atención:
“La buena consonancia que hacían las continuas voces de ciegos y otros hombres que suelen vender coplas y papeles de devoción, los cuales, entre los más apretados concursos del patio, iglesia y portería, apellidaban quién compra la beatificación y milagros de San Ignacio de Loyola, en verso, y lo mismo de sus devotas imágenes que para el efecto traían estampadas de que no hubo pequeño despacho”.
Cerradas las puertas de la iglesia y el claustro se iniciaron las luminarias a las que, como he señalado, dedicaré otro evento.
Se ha conservado el texto de la ensalada y chanzonetas que cantó la capilla en esta fiesta, de la que desafortunadamente la música compuesta por Alonso Lobo se ha perdido (ver recurso).