Music activity in the Oratory of San Felipe Neri
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Keywords
mass , vespers , José María Blanco-White (writer, violinist) , Manuel del Pópulo Vicente (= Manuel García, singer, composer, singing teacher) , singers , instrumentalists
El Oratorio de San Felipe Neri fue fundado en Sevilla en 1698, en unas casas de la calle Costales en la collación de Santa Catalina. La ampliación de la iglesia original fue bendecida y dedicada a María Santísima de los Dolores el 2 de julio del año 1711. Entre 1781 y 1783, se construyó junto al Oratorio una casa de ejercicios espirituales, a la que asistió en su juventud José María Blanco White durante seis o siete años en la década de 1790. El Oratorio fue desamortizado en 1835; tras un periodo en el que se refunda y se vuelve a suprimir, el edificio es derruido en 1865.
En su Autobiografía, la elegante prosa de Blanco White nos proporciona una valiosa información sobre la actividad musical en el Oratorio hispalense:
“En cuanto dejé el Colegio de Santo Tomás para entrar en la Universidad, escogí un nuevo confesor –todos los jóvenes que reciban una educación religiosa han de tener un director espiritual- entre los sacerdotes del Oratorio de San Felipe Neri. Esta congregación tiene un carácter muy peculiar: por un lado sus miembros son sacerdotes seculares, es decir, no están atados por votos religiosos, pero, sin embargo, como estos últimos viven también en comunidad en una casa muy parecida a un College inglés, que cuenta además con capilla pública. Por su atención frecuente al confesonario, el número de misas que celebraban diariamente en la capilla y las espléndidas ceremonias litúrgicas de las grandes solemnidades religiosas, atraían a muchos devotos sevillanos. Además, los padres del Oratorio continuaban con la ininterrumpida tradición del mismo método de dirección espiritual que había hecho famosos a los jesuitas. Lógicamente, los devotos sevillanos que habían sido afectos a estos últimos se habían adherido a la pequeña congregación de sacerdotes oratorianos, que estaban considerados públicamente como sucesores de los hijos de San Ignacio.
Mi madre me había imbuido de un gran respeto hacia los jesuitas y como los mejores estudiantes de la Universidad frecuentaban el Oratorio, el primer confesor que pude elegir libremente fue uno de estos sacerdotes. Por otro lado, la iglesia del Oratorio ejercía sobre mí una gran atracción. En ella se usaba frecuentemente la música, de tal manera que San Felipe Neri venía a ser como la Ópera religiosa de Sevilla. Los buenos padres filipenses habían ideado un plan que hacía que este servicio no les costara dinero: cultivar la amistad de los mejores músicos profesionales de la ciudad y pagar sus servicios artísticos dándoles a cambio ayuda espiritual y prestigio mundano. Como en nuestra ciudad había una buen número de señores aficionados a la música, los Padres los colocaban en una galería de la iglesia, oculta por una celosía, desde donde podían unirse a los músicos profesionales sin ser vistos por el público. La mejor sociedad sevillana, lejos de considerar esto como degradante, lo tenía por el contrario como un acto de devoción. Por aquel tiempo yo había llegado a dominar el violín aceptablemente y como, por otra parte, la oportunidad de acompañar a una gran orquesta me llenaba de satisfacción, los Padres solicitaban con frecuencia mis servicios y los tenían en gran estima. Todos los domingos ensayaba una hora por la tarde, y en las tres o cuatro fiestas principales del año en las que la música sonaba ininterrumpidamente desde el amanecer hasta la puesta del Sol, tocaba el violín durante tantas horas que mis dedos casi llegaban a derramar sangre. Pero mejor será que le cuente cómo pasaba un domingo en este período de mi vida.
Por la mañana temprano, es decir, las siete de la mañana en el invierno y las seis en el verano, me dirigía al Oratorio sin haber desayunado, ya que había de recibir la comunión. A pesar de la hora, la iglesia estaba llena de fieles y aunque cada uno se marchaba en cuanto cumplía con sus actos de piedad, que venían a suponer una hora como término medio, la constante llegada de nueva gente hacía que la iglesia siguiera abarrotada hasta las diez... Después de la misa volvía a casa a desayunar... a las tres iba de nuevo al Oratorio de San Felipe Neri para tocar el violín, lo que me suponía aguantar un sermón de una hora u hora y media. El día terminaba con un paseo junto con un grupo de amigos que frecuentaban la misma iglesia”.
Al describir como se desarrollaban las sesiones vespertinas de los ejercicios espirituales, vuelve a hacer una alusión a la música que se interpretaba en el Oratorio:
“En medio de estos apasionados arrebatos se empezaba a oír de repente el sonido de la música que provenía de una alta galería situada a los pies de la capilla. Un grupo de voces, acompañadas por instrumentos musicales, cantaba las alabanzas de la Virgen, Refugio de Pecadores. Al llegar este momento el Padre Vega se levantaba y tomando en sus manos el cuadro de la Virgen, lo presentaba a los presentes para que lo besaran devotamente. Me temo que pueda resultar sospechoso de exageración, pero ni me gusta ni tengo tiempo de escribir afectadamente, y ciertamente no hago más que dar fe de un hecho real al decirles que los gemidos convulsivos de los ejercitantes eran tales que apagaban el sonido de la música”.
Y, un poco más tarde, de nuevo, al relatar cómo concluían estos ejercicios espirituales, vuelve a aparecer una referencia a la música contextualizada junto a otra serie de elementos sensoriales:
“No es fácil describir lo que sucedía en la capilla el día último de los Ejercicios. A la vista de los asistentes se exponía con toda solemnidad la hostia consagrada, guardada en un viril de oro y diamantes, que sostenía una bellísima custodia de riqueza y esplendor extraordinarios. El altar era una masa de luz por el gran número de velas de cera que sobre él ardían. El sonido de la música era continuo y solo se interrumpía de cuando en cuando para permitir al Padre Vega invocar a la Divinidad corporalmente presente con arranques casi frenéticos de apasionada ternura. No voy a repetir ninguna de las asombrosas (sería más exacto decir reprobables) expresiones que aquel guía espiritual usaba en aquellos momentos, la mayor parte de ellas tomadas de los místicos y algunas de los Padres de la Iglesia, pero que en realidad, cualquiera que fuera su origen, no dudo en considerar no solo irreverentes sino casi rayanas en grosería. Para concluir este largo episodio de mi relato le diré que antes del amanecer del día siguiente, el Director celebraba una misa cantada en la que todos los reunidos recibían la comunión. Al término de la ceremonia todos abrazaban al Padre Vega, de acuerdo con la costumbre española, y se volvían a sus casas”.
A estas sesiones musicales en el Oratorio acudía también Manolito García, de la misma edad que Blanco White, el famoso cantante tenor con el que, años después, se encontrará en Londres.