Procession of the transfer to its church of the new sculpture of Santa María de Gracia (1613)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
Procession of the transfer to the convent of Santa María de Gracia of its new titular image, sculpted by Luis de la Peña in 1613.
Keywords
procession , fireworks , bustle in the street , street music , music chapel , wind players , clarion , drum player
La primera misa en la primitiva sede del convento de Santa María de Gracia, en la calle Osorio (que luego se llamaría de Nuestra Señora de Gracia), tuvo lugar el 15 de noviembre de 1612. La condesa de Bailén, residente en Granada, enterada de la necesidad que tenía la comunidad, les dio “una imagen de Nuestra Señora, de talla, con el traje a lo portugués”. La escultura se colocó en un lateral de la dependencia habilitada como iglesia, ya que la comunidad no la consideró adecuada, “por lo extraño del traje”, para colocarla en el altar mayor (años más tarde la desplazó al oratorio del noviciado). Poco tiempo después, se acordó hacer una imagen más acorde para ocupar la posición privilegiada del altar mayor.
La imagen de la Virgen de Gracia se costeó con las limosnas de la ciudadanía. Fue encargada al escultor Luis de la Peña que la hizo de madera de pino (revestido el hecho de un milagro y sobrenaturales acontecimientos). Fue esculpida en casa de Alonso Carrillo que era vecino del convento. Terminada la imagen, la trasladaron a la casa de Diego Ventura “que era el mejor estofador que se conocía en toda Andalucía… la doró, encarnó y estofó con tan raro y singularísimo primor que excediendo a el arte y pasando aún más allá de el natural su perfección y hermosura parece obra más divina que humana”. Terminada la obra, se llevó al Hospital de la Caridad que estaba cerca de la casa del pintor. La imagen se trasladó al convento en solemne procesión el día 7 de septiembre de 1613:
“A cuyo solemne acto concurrió lo principal de la nobleza y plebe y se formó una procesión de las más lucidas y devotas que se habían visto en la ciudad, porque habiendo prevenido el convento muchas hachas y velas para seglares y religiosos fueron tantas las que trajeron por devoción los que concurrieron que no podían contarse, en que se vio otro singular prodigio, pues siendo la estación larga y durando la procesión mucho tiempo y el temporal tan apacible y sereno que ardió la cera, sin que alguna se apagase, y después se halló toda de un mismo peso y tamaño que antes, no habiéndose consumido cera alguna, con cuyo milagro creció la admiración y ternura con general aclamación y aplauso de todos. Al dulce compás de la música, clarines, cajas y chirimías caminó la procesión al convento por las calles principales de la ciudad, que paseó María Santísima tomando posesión no solo de las calles sino de todos los corazones de los vecinos que robados a el ver su hermosura y belleza, suspensos y enamorados, se deshacían en lágrimas, lenguas con que el corazón publica su devoción y ternura. Y la que antes de su formación sabía hacer prodigios no quiso en esta ocasión dejar de hacer maravillas. Al pasar su majestad por una calle, le sacaron un niño que estaba ya agonizando y al punto le dio salud. Otra mujer que estaba en las manos de la muerte poniéndosela a la vista quedó buena y libre de su fatal accidente. Con cuyos milagros crecía el alborozo de la gente y resonaban las aclamaciones de el pueblo lleno de gozo y alegría, asegurándose del patrocinio y amparo que pronosticaban de tan gloriosos principios en el prodigio de sus maravillas. Llegó, pues, la procesión al convento, donde había concurrido gran multitud de gente de toda la ciudad, unos traídos de su devoción y otros movidos de la curiosidad y deseosos todos de ver de cerca y gozar de espacio aquella hermosa deidad, no era posible hacer paso para que María Santísima entrase a tomar posesión de su casa que aunque pequeña concha para tan preciosa perla y estrecho nácar para Margarita tan rica, suplió el aseo y primor lo que le faltó de grande en lo dilatado. Entró, pues, la reina soberana a colocarse en su trono que pulió el arte y previno la religiosa atención con grande majestad y real decoro, el cual ocupó con tan soberana benignidad y dulzura, que aún mismo tiempo infundía respeto y ternura, temor reverencial y filial cariño. Deseaban los religiosos desembarazarse y desocupar la iglesia para prevenir lo necesario para la solemnidad de el día siguiente. Pero, aunque tarde, no podían conseguirlo, por que el atractivo de tan soberano imán… lo lucido y luminoso de las muchas antorchas que había distribuidas por todos los balcones y ventanas, las hogueras y luminarias que ambiciosas por lucir habían desterrado lo denso de las tinieblas y convertido el suelo en cielo no acertaban a despojar el sitio y más con la diversión de artificiales fuegos y recreo de muchos y marciales instrumentos que en templados y sonoros ecos entretenían el gusto y robaban los sentidos, previniendo y combinando para la solemnidad de el siguiente día. Envidiosos muchos por devoción a esta soberana señora, se fueron a casa de el escultor y pintor, artífices de tan celestial imagen, y a costa de grandes instancias y súplicas se llevaron los instrumentos que sirvieron en tan milagrosa obra, guardándolos por reliquias y con ellos experimentaron mucho favores divinos por el contacto que tuvieron a tan soberano bulto”.
Cerrada la iglesia, la comunidad debatió sobre la advocación de la imagen y, tras un sorteo, salió la de Virgen Santísima de Gracia. El 8 de septiembre de 1613 se celebró la fiesta de la colocación de la imagen, “con gran solemnidad y aplauso”. Asistió fray Gabriel de la Asunción, primer general de los descalzos, cantó la misa el padre fray Pedro del Espíritu Santo y predicó el padre fray Miguel del Espíritu Santo. Probablemente asistiría también la capilla de música que había participado en la procesión del día anterior para solemnizar esta función.