Funeral procession and funeral rites of Íñigo López de Mendoza, Second Count of Tendilla, First Marquis of Mondéjar (1515)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Abstract
On 20 July 1515, Íñigo López de Mendoza, 1st Marquis of Mondéjar and 2nd Count of Tendilla (1440-1515), died in the Alhambra at the age of 74. His mortal remains were taken with a large military, religious and popular accompaniment from the royal house to the monastery of San Francisco de la Alhambra, where they were placed in a large burial mound in the main chapel where Queen Isabella was buried. During the nine days of funeral services, officiated by the different religious orders of the city, her body remained unburied, guarded by a guard of one hundred men.
Keywords
funeral rites , funeral procession , the pealing of bells , crying , Íñigo López de Mendoza y Quiñones, Second Count of Tendilla, First Marquis of Mondéjar , soldiers , clergy , citizens , trumpets , trumpeters of the Alhambra , drum player
Íñigo López de Mendoza, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla (1440-1515), fue una figura destacada en la Guerra de Granada y un aliado fundamental de los reyes Isabel y Fernando. Nombrado embajador en Roma ante la Santa Sede, en 1485, sus habilidades diplomáticas hicieron que el papa Inocencio VIII renovara la bula que proclamaba la guerra contra los infieles y la aprobación del Real Patronato de Granada que jugaron un papel crucial en la política territorial y religiosa de los monarcas. Tras la toma de la Granada, en 1492, fue investido con el cargo de alcaide de la Alhambra y el de capitán general del reino. Junto a Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, y Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos, constituyeron la terna que rigió la política de la ciudad y el reino.
Íñigo López de Mendoza fallecía en la Alhambra el 20 de julio de 1515, a los 74 años de edad. Así describe Rodríguez de Ardila y Esquivia el momento del traslado de sus restos mortales al convento de San Francisco de la Alhambra y las exequias celebradas durante nueve días en el túmulo situado encima del enterramiento provisional de la reina Isabel:
“Muerto el conde, fue grandísimo el sentimiento que hubo en toda Granada, los grandes lloros y llanto que por toda la ciudad se hacían, y el clamor de las campanas y sonido de trompetas y atambores destemplados que ponían mayor sentimiento. Y juntándose toda la ciudad determinaron que quien en la vida había sida tan temido y honrado, en la muerte se le hiciese toda la mayor que pudiese, y así en la capilla mayor de San Francisco de Alhambra, donde los cuerpos de los Reyes Católicos estuvieron depositados, el emperador nuestro señor, por el gran valor y servicios de su persona, le había hecho merced de la dicha capilla, en la iglesia en la cual estaba un túmulo muy alto con cuatro columnas, todo cubierto de luto y toda la iglesia colgada de los mismos.
Empezaron a la hora de la tarde a salir de la casa real donde estaban todas las órdenes de frailes que había con sus velas en las manos y luego todos los soldados con sus arcabuces debajo de los brazos y las banderas arrastrando, con grandísimo sentimiento, que la fin del mundo parecía que había llegado. Iban los capitanes y alfereces con sus lobas arrastrando y capirotes por las cabezas. Por el medio iban veinte y dos caballos con los estandartes siguientes y tras ellos el alcaide Peralta con el estoque que el papa Inocencio le dio al conde, desnudo. Cinco estandartes de entradas en el reino de Granada; el octavo, de la devisa que tomó de la estrella, el noveno del embajador de Roma, el deceno de como sosegó a toda Italia e hizo las paces entre el papa Inocencio VIII y el rey Fernando de Nápoles y potentados de Italia, por donde mereció que le fundiesen medallas de su figura, y en ellas le pusiesen “fundador de la paz y quietud de Italia”, el onceno, del estoque que el papa le dio con letras tan honradas en que le llama protector de la Iglesia y le confirma el papa la devisa de la estrella, el doceno, de la toma de Oria, donde arriesgó tanto su persona, trece, de la toma de Cantoria, catorce, de la toma de Caniles, quince de capitán general de Alcalá la Real, diez y seis, de la batalla de Barcinas, donde venció al gran caudillo Aliamir, y por su gran valor y esfuerzo lo mandó el rey enterrar en su mezquita, diez y siete, del defendimiento de Alcalá la Real, diez y ocho, de la batalla de Bocacherilla, rota (sic) del Rey Boabdil y muerte de sus bravos tres alcaides, diez y nueve, del capitán general del ejército del rey cuando la toma de Granada, veinte del concierto de la entrega de Granada, veinte y uno, de alcalde del Alhambra y su fortaleza capitán general de todo el reino, veinte y dos, de la pestilencia. Luego traían el cuerpo del conde con unas andas descubiertas, en hombros, doce alcaides con un paño de brocado negro y el conde armado con todas las armas y su espada ceñida y un crucifijo en las manos, echado en una almohada de brocado; luego venían el marqués, su hijo y hermanos con toda la ciudad. Y era tan grande el alarido de gentes y llantos que hacían que nadie podía oírse.
En esta forma llegaron a San Francisco y habiéndole puesto en su túmulo le dijeron su Oficio y se fueron todos, dejando gran número de hachas encendidas y cien hombres armados que le hacían la guardia, donde estuvo nueve día sin enterrarlo, y en todos ellos todas las órdenes predicaron e hicieron sus oficios y jamás dejaba la gente de llorarlo, porque fue el más valiente, magnánimo y piadoso y justiciero que en su tiempo hubo. Y en Italia, cuando se supo de su muerte, hicieron gran sentimiento”.