Sounds in the Battle of La Higueruela (1431)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Keywords
batlle , heraldic music , animal sounds , diverse noises , bustle in the street , Te deum laudamus (hymn) , procession , earthquake , Juan II (king of Castile) , Mohammed IX (sultan of Granada) , Álvaro de Luna (Constable of Castile) , Alonso Pimentel y Enríquez (III Count of Benavente) , chaplains , soldiers , crowd , drum player , trumpeter , knights , horses
El 1 de julio de 1431 tuvo lugar en las cercanías de Granada la batalla de la Higueruela o de Sierra Elvira que en sus escaramuzas, huidas y represión de los vencidos llegó hasta las puertas de la ciudad. El ataque pudo haber significado la toma de la ciudad por el monarca Juan II, ya que la derrota de las tropas de Mohammed IX fue abrumadora, pero no queda claro si la retirada del monarca castellano fue motivada por los terremotos que tuvieron lugar en ese momento o por otras circunstancias que como veremos se citan en las crónicas de la época.
Al frente de la tropas castellanas se encontraba el condestable Álvaro de Luna, cuyo cronista dedica una serie de capítulos a describir los preparativos y el enfrentamiento bélico:
“[Se] asentaron al pie de la sierra de Elvira e porque en una torre de la puente de Pinos quedaron algunos moros, el condestable mandó quedar allí a la derribar a Juan Carrillo, adelantado de Cazorla e a Juan de Silva e Fernán López de Saldaña, caballeros de la su casa, lo cuales muy prestamente le ficieron tirar con una lombarda... estuvo el rey en aquel real el miércoles veinte e siete días de junio, e partió otro día para ir adelante e asentó real con las sus huestes en la Vega de Granada sobre la ribera del Genil en una aldea que llaman el Atarfe, una legua de Granada”.
El 29 de junio el campamento fue cercado por una valla de madera “de tanto compás como la ciudad de Sevilla”, con cuatro puertas. Hubo una escaramuza con los tropas musulmanas, “entre la ciudad y el real”, en unos terrenos plantados de olivares y viñas. El domingo 1 de julio tuvo lugar el enfrentamiento más importante entre ambos bandos. El elenco de nobles que estaban presentes y participaron en la batalla era numerosísimo, entre ellos: los condes de Niebla, Ledesma, Castañeda, Haro, Buelna, Medinaceli, Benavente, los obispos de Palencia y Osma, los señores de Astudillo, Belmonte, Montealegre, Oropesa, Villagarcía, Langa, Villatoro, Valdecorneja, el comendador mayor de Calatrava... El cronista cifra las tropas granadinas en “fasta cuatro mil de caballo, doscientos mil peones entre ballesteros e lanceros”, ya que no solo estaban los residentes y refugiados en la ciudad, sino también los que habían llegado de todo el reino ante la amenaza de las tropas castellanas. El pendón del rey Juan II lo llevaba Juan Álvarez Delgadillo de Avellaneda, el de la Cruzada Alfonso de Estúñiga y el de la Banda Pedro de Ayala. El cronista no deja pasar las señales acústicas de las trompetas que dado el elevado número de nobles presentes en la batalla debieron ser muy numerosas:
“Después que el condestable Don Álvaro de Luna ovo ordenado a todos e avisado como habían de facer, púsose delante de todos en su batalla, la cual era la delantera, según dijimos. Mandó tocar las trompetas e a grand voz comenzó a llamar el nombre del apóstol Santiago e dijo a todos los suyos que lo siguiesen”.
Se narran detalles del enfrentamiento que además de cruento debió ser atronador. La persecución llegó a las puertas de Granada:
“El condestable siguió el alcance de la más gruesa gente de los moros que fuían contra la ciudad de Granada, por eso el condestable con sus gente ovo de pasar yendo en el alcance muchas acequias e valladares e muchos ásperos logares, los cuales pasaban con muy grand trabajo... siguió el condestable con sus gentes el alcance de los moros fasta acerca de la ciudad, matando e firiendo en ellos”.
En esta persecución llegó la noche que hizo que se retiraran a su campamento:
“El condestable recogió sus gentes del alcance e vínose para el rey, el cual ovo mucho placer e alegría con él. Los clérigos de la hueste rescibieron al rey con solemne procesión e cruz, cantando devotamente e dando loores a Dios por la victoria que aquel día al rey había dado. El condestable, que non solamente miraba en las cosas del presente, más siempre proveía en los inconvenientes que podrían venir, veyendo la grand alegría e descuidamiento que las gentes del real tenían con el gozo de la victoria, fizo aquella noche poner mayor recaudo e guarda en el real...”
El otro gran protagonista al frente de las tropas castellanas fue el monarca Juan II. Su cronista describe los hechos de manera muy similar y nos aporta pocos detalles nuevos:
* Lugar del campamento: “e otro día miércoles [27/6/1431] partió dende con toda su hueste e fue asentar real en un llano cerca de una aldea que dicen Malacena [Maracena]... e ordenose que el real se asentase al pie de la sierra de Elvira”.
* Nos proporciona una relación mucho más detallada de todos los nobles presentes en la contienda.
* Al regreso de la batalla: “e antes que el rey entrase en el palenque, saliéronlo a rescebir sus capellanes e religiosos e clérigos que en el real estaban, todos en procesión e las cruces altas, cantando en alta voz: Te Deum laudamus. El rey descabalgó e adoró la cruz, dando muy grandes gracias por la victoria que le había dado”.
* Sobre las jornadas que siguieron al 1 de julio: “El rey mandó arrasar en los días siguientes todas las huertas, campos y edificaciones “que había en derredor de la ciudad tres leguas en torno, lo cual duró en se hacer seis días después de la batalla vencida”.
* La explicación de la retirada de la ciudad sin asediarla y tratar de conquistarla: “e para estar sobre la ciudad de Granada eran necesarios muchos mantenimientos, los cuales no tenían y eran muy graves de traer de lejos que era mejor quel rey se volviese a sus reinos... en lo cual hay diversas opiniones, porque algunos decían que la causa principal porque el rey levantó su real sobre Granada fue la gran discordia que dicen había entre los grandes del reino con el condestable, otros dicen que porque los moros en un presente que hicieron al condestable de pasas e higos le fue embiada tanta moneda de oro que por aquella causa él tuvo manera como el real se levantase y el rey se volvió así en Castilla... en este tiempo tremió [trembló] la tierra en el real e más en la ciudad de Granada e mucho más en el Alhambra, donde derribó algunos pedazos de la cerca della”.
La importancia de esta batalla hizo que, poco tiempo después, se pintase un lienzo de grandes dimensiones que reflejase los detalles de la contienda. Así lo describe el arquitecto Juan de Herrera:
“En esta galería [del monasterio de El Escorial], en el muro de la iglesia en todo él está pintada la batalla que dicen de la Higueruela que el rey Don Juan el II dio a los moros de Granada en la mesma Vega; está al natural de como pasó, y la orden que tenían en el asiento del real, y los trajes de los hombres de armas, ginetes y esquadrones de lancería, paveses y ballestería, como entonces se usaba; sacose de una pintura de un lienzo que se halló en una torre antigua del Alcázar de Segovia que tenía de largo ciento treinta pies [36’2 metros], hecha la pintura del mismo tiempo que se dio la batalla. Su magestad [Felipe II] la mandó pintar en esta galería, porque se conservase aquella antigüedad, que es mucho de ver y de estimar”.
El padre José Sigüenza, la describe en términos similares:
“La ocasión de pintarse aquí esta batalla fue que en una torre del Alcázar de Segovia, en unas arcas viejas, se halló un lienzo de 130 pies de largo donde estaba pintado de claro y oscuro, que no tenía mal gusto de pintura para aquel tiempo el que la hizo. Mostraron el lienzo al rey, nuestro fundador, y contentóle, y mandó la pintasen en esta galería”.
Esta pintura antigua fue restaurada en 1582 por Fabricio Castello, por cuyo trabajo recibió 1.030 reales: “por la pintura que hizo en un lienço grande de la guerra de Granada, conforme a la orden que se le dio, renovando la dicha pintura y haciendo de nuevo lo que fue necesario en ella”.
El dibujo para el fresco que hoy se conserva en el monasterio fue de Orazio Cambiaso y en su elaboración participaron también Fabricio Castello, Nicolás Granello y Lázaro Tavarone. El trabajo duró desde enero de 1587 a septiembre de 1589, dos años y nueve meses, y tuvo un costo de 3.800 ducados.
El fresco de la batalla de la Higueruela es una extraordinaria fuente iconográfica que nos permite completar y visualizar los distintos elementos sensoriales presentes en la misma. El padre Sigüenza deja constancia de que es una copia del original pintado en sarga, en la que se adicionaron los colores y las partes que faltaban, al mismo tiempo que se aumentaron el tamaño de los distintos elementos presentes en ella:
“Y es cosa de ver la extraña diferencia y géneros de trajes y hábitos, las varias formas de armaduras y armas, escudos, celadas, adargas, paveses, ballestas o ballestones, lanzas, espadas, alfanges, cubiertas de caballos, banderas, pendones, divisas, trompetas y otras maneras de atabales y tambores y tantas diferencias de jarcias en unos escuadrones y otros, que hacen extraña y apacible vista... en otra [parte] se ven los unos y los otros revueltos en la lid, unos caídos, atropellados, heridos, muertos, revolcándose en su sangre, atravesados de las lanzas, caballos sueltos, sin dueño, corriendo por el campo, otros desjarretados... En otra se halla dentro de ella, rodeado de moros, hiriendo y matando entre ellos, don Álvaro de Luna lo mismo, con no menos acompañamiento que el Rey. En otro extremo se pinta el alcance que hace nuestra gente victoriosa, y la rota de los moros matando y hiriendo en ellos, mezclados, y a las vueltas, por entre las arboledas, huertas y caserías casi hasta los muros de Granada. Parécense las moras subidas por las cuestas y por las torres, vestidas al propio con sus hábitos cortos y almalafas. Como aquí, en la galería, está colorido lo que en el lienzo original no es más que de aguadas claro y oscuro, y las ropas, sedas, lienzos, almaizares y los sayetes y sobrevestes de las armas son de tan varios colores y están tan al natural y tan bien imitado, todo hace hermosísima vista. Crecieron también un poco más la figuras de como están en el original y así se goza todo bien y es de mucho entretenimiento considerar tantas maneras de posturas, acciones y movimientos y afectos, tantos tropeles de gentes encontradas a pie y a caballo, unos a la brida, otros a la jineta, unos con arneses enteros y armas dobles, otros de más ligera armadura, otros medio armados y otros medio desnudos. Todo esto figuraba aquel lienzo con solos los claros y oscuros, harto propiamente en los pedazos que estaban más enteros, porque en otros estaba comido, roto y gastado por el descuido de los que lo habían de tener más guardado”.
Hay que destacar el elevado número de trompetas y añafiles representados en la pintura escurialense, la mayor parte en las tropas castellanas y cada una con su divisa, entre las que pueden verse claramente las de Álvaro de Luna (un menguante y pie de plata en campo de gules), las del rey Juan II (castillos y leones) y las del III conde de Benavente, Alonso Pimentel y Enríquez (veneras de plata en campo de sinople / barras de gules). Claramente se ve otra divisa con flores de lis azules en campo de oro que no he podido identificar como perteneciente a alguno de los títulos nobiliarios presente en el enfrentamiento. Se corresponde con las armas del duque de Parma y Plasencia. Podría tratarse de un “gesto” de Felipe II hacía su sobrino, Alejandro Farnesio, III duque de Parma, en ese momento gobernador y general de los ejércitos de Flandes. Los atabales están presentes en ambos bandos y uno de los jinetes toca lo que parece una especie de atambor o pandero.
Con respecto a la lombarda citada, hay que destacar que en esta época ya alcanzaban un tamaño enorme. Disparaban bolardos de casi 250 kilos y se necesitaban entre 20 y 40 bueyes para tirar de ellas y doscientos hombres para su emplazamiento y manejo, por lo que el estruendo que producían sería equiparable a sus dimensiones.
Cerraremos este evento con la versión del Romance de Abenámar incluida en el Cancionero de Romances (1550), donde se da cuenta de esta batalla, la cual tuvo un amplio eco internacional llegando a incorporarse en la obra del historiador bizantino Laonicos Calcocondylas Exposición de la historia en diez libros.
Allí habla el rey don Juan, estas palabras decía:
–Échenme acá mis lombardas, doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto, lo bajo ello se daría.
El combate era tan fuerte, que grande temor ponía;
los moros del baluarte, con terrible algacería,
trabajan por defenderse, mas facello no podían.
El rey moro que esto vido prestamente se rendía,
y cargó tres cargas de oro, al buen rey se las envía;
prometió ser su vasallo con parias que le daría.
Los castellanos quedaron contentos a maravilla;
cada cual por do ha venido se volvió para Castilla.