Música y exorcismo en el convento de Santa Clara de Alcaudete (1578)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
La narración de un acontecimiento sobrenatural en el convento de Santa Clara de Alcaudete (Jaén) se convierte en testimonio de la presencia del órgano y de monjas tañedoras en este cenobio franciscano al menos desde la segunda mitad del siglo XVI, así como de la importancia de este instrumento en la liturgia diaria conventual.
Palabras clave
maitines , Benedictus , fiesta de la Purificación de la Virgen María , tañer órgano , procesión (Semana Santa) , bula de Cruzada , procesión , ceremonia del desenclavamiento , Te deum laudamus (himno) , monjas , Sabina Álvarez (monja, organista) , organista
El convento de Santa Clara de Alcaudete (Jaén) fue fundado por Alonso Fernández de Córdoba y su esposa María Velasco, condesa de Siruela, en 1500. En este convento residía la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, la cual, según narra fray Alonso de Torres, cronista de la orden franciscana, era la encargada de realizar, el Viernes Santo por la tarde, la ceremonia del “desenclavamiento de Christo de la cruz, con innumerable concurso, y luego sale la procesión del entierro que es de las más principales de la villa”. Tenía también el privilegio de ser la depositaria de la Bula de Cruzada, por lo que de su templo partía la procesión que se dirigía a la iglesia de Santa María la Mayor, lugar en el que se publicaba la citada Bula.
Alonso de Torres narra varios episodios sobrenaturales acaecidos en este cenobio franciscano, uno de ellos directamente conectado con la actividad litúrgico-musical celebrada en el monasterio. Precisa el cronista que su fuente de información fue Francisco Gonzaga, Ministro General de los Frailes Menores entre 1579-1587. El suceso en cuestión aconteció en el coro alto, lugar donde estaba asentado el órgano y en el que tuvieron lugar las apariciones de la difunta organista sor Sabina Álvarez:
“Sucedió pues, el día veinte y ocho de enero del año de mil quinientos y setenta y ocho, que estando todas las monjas en Maitines, a media noche, así que empezaron el cántico de el Benedictus vio sor Leonor Pacheco, abadesa, que junto al atril, al lado de la Epístola, se apareció una monja que tenía vuelto el rostro al altar. Y como en acabando el cántico se entrase la dicha monja detrás del órgano, mandó la abadesa para enterarse del caso que la buscasen; no pareció por en parte alguna. La noche siguiente, a la mesma hora, en el mesmo lugar, tiempo y manera la vio la abadesa y luego con asombro avisó a las monjas que la mirasen que estaba allí y al punto desapareció; entonces, como la abadesa diese cuenta al confesor del caso, el la esforzo para si volviese. La tercena noche fueron todas la monjas a Maitines, con deseo de saber y ver qué visión era aquella, y para esto quitaron el atril de en medio del coro y encendieron muchas velas y sucedió que empezando el cántico del Benedictus Dominus, empezó la dicha monja difunta, viéndola solo la abadesa, a salir poco a poco de el suelo del coro, en el mesmo lugar que las otras veces, hasta que salió del todo. Tuvo ánimo la abadesa, conjurola por la Encarnación de Dios dijese quién era, qué buscaba, qué quería y a qué venía, y haciendo una profunda inclinación al altar comenzó a ir a la presencia de la abadesa y juntas las manos al pecho y la cabeza muy inclinada, así como ella vio que se acercaba, llena de pavor y miedo, dijo a las monjas: ya se viene para mí, y luego cayó en el suelo desmayada que entendieron estaba muerta. Lleváronla a la cama; volvió en sí después de pasada una hora. Preguntáronle si había conocido la difunta y respondió que sí y que era Sabina Álvarez, muy conocida de todas por haber solo siete años que era difunta...”
El confesor del convento decidió acudir con otros tres religiosos, revestidos de todos de albas y estolas, a la celebración de los Maitines de la festividad de la Purificación de la Virgen (2 de febrero). Empezando a cantarse el Benedictus, volvió a aparecerse la monja, en el mismo lugar “y se sentó a los pies de la que tocaba el órgano”, viéndola solo la abadesa, la cual avisó al confesor, el cual “mandó poner silencio a lo que se cantaba y que no tocasen el órgano”. Comenzó el exorcismo que tenía previsto, al que se sumo, desde el otro extremo del coro, uno de los religiosos presentes. El espectro de la monja se dirigió de nuevo hacia la abadesa y se puso de rodillas. Al preguntarle quién era, respondió que era la hermana Sabina Álvarez. La interrogó sobre el motivo de sus apariciones, a lo que esta respondió:
“Lo primero a que venía de parte de Dios a que supiese todo el convento que ella se había salvado y que aunque no había entrado en la gloria, por la misericordia divina, estaba en carrera de salvación... y añadió: siete años ha que estoy purgando los defectos y negligencias que cometí en esta casa. Y preguntándola que porque se aparecía al tiempo que se cantaba el Benedictus y no otro, respondió: que purgaba los defectos que había hecho en el órgano, en razón de no acudir a él con tanta puntualidad y gusto y alguna vanidad que tuvo cuando tocaba, y en particular en este cántico, lo cual se confirmó porque tal vez antes oyeron tocar el órgano sin saber quién y era ella que andaba en su pena”.
La encomienda que traía para el convento era que le dijeran ochenta misas, sesenta de difuntos, diez de la Pasión de Jesús y otras diez de las Cinco Llagas, “y que a los ochos días iría a gozar de la gloria”.
El espectro de la monja comunicó a la abadesa otra serie de hechos que sucedían en el convento y que no placían a Dios, después de lo cual se fue: “y en acción de gracias, mandó la abadesa cantasen el himno Te Deum laudamus”.
La narración de este acontecimiento nos sirve como testimonio de la presencia del órgano y de monjas organistas en el monasterio de Santa Clara de Alcaudete, al menos desde la segunda mitad del siglo XVI, así como de su importancia en la liturgia diaria conventual.