Procesión de desagravio del 13 de mayo de 1640 por el libelo puesto en la esquina del ayuntamiento de Granada contra la Virgen María
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
El 13 de mayo de 1640, tuvo lugar una procesión general en Granada, la cual se sumaba a las que venían realizándose en acto de desagravio por el libelo puesto en la esquina del ayuntamiento contra la Virgen María el 5 de abril, durante la noche del Jueves Santo. Para complementar los festejos de ese día, en el campo del Triunfo, se dispusieron escenarios elevados en los que se representaron dos autos sacramentales por parte de la compañía de Antonio Prado: La hidalga del valle de Pedro Calderón de la Barca y El hereje: Auto en alegoría del sacrílego y detestable cartel que se puso en la ciudad de Granada contra la Ley de Dios y su Madre Santísima de Álvaro Cubillo de Aragón, un autor local que lo escribió expresamente para la ocasión “en tres días”.
Palabras clave
procesión , procesión general , proclamación de la fiesta , tañido de campanas , luminarias , dispositivos pirotécnicos , arquitectura efímera , misa de la Concepción de Nuestra Señora , misa , sermón , bullicio en la calle , carros de representación , danzas , salva de artillería , salva de mosquetes , autos sacramentales , cabildo de la catedral , cabildo de la ciudad , Tribunal de la Inquisión , Real Chancillería , cofradías , clerecía , capilla musical de la catedral , músicos , niños , vihuelista , arpista , organista , violinista , ministriles , tañedor de chirimía , tañedor de sacabuche , tañedor de corneta , tañedor de dulzaina , tañedor de zampoña , tañedor de flauta , tañedor de orlo , trompeta , pífano , pito , Íñigo López de Mendoza y Mendoza, V marqués de Mondéjar , cofradía de los escribanos públicos de Granada , agua , Juan de Algar Montenegro (canónigo magistral) , gentío , cura , caja , Pedro Calderón de la Barca (escritor) , Álvaro Cubillo de Aragón (dramaturgo)
El Viernes Santo, 6 de abril de 1640, en la esquina de las casas del cabildo de la ciudad, apareció un papel clavado, en el que rezaba el siguiente texto: “Aunque más triunfo levantes a María, es pública puta de mancebía. Ciudad maldita ¿quién te dio este arbitrio deste Triunfo desta sucia de Maria?, yo haré que no haya hermanos que la sirvan. ¡Viva la ley de Moisés, que lo demás es engaño, o la nitre [?] pasión de Calvino! Españoles, mira que estáis engañados, que os engañan esos embusteros desgervia [=¿de herejía?]”. El libelo se refería al monumento de la columna de triunfo de la Virgen, esculpida por Alonso de Mena, que se había inaugurado en 1634. Este inaudito acontecimiento desencadenó la organización innumerables procesiones y actos de desagravio que, casi a diario, durante los meses de abril y mayo, recorrieron todos los viarios de la ciudad de Granda, los cuales continuaron, de manera más esporádica, hasta el 16 de diciembre. Este día, tuvo lugar en el convento dominico de Santa Cruz la Real un auto de fe en el que el principal encausado no fue un judío, como podía inferirse del texto difamatorio, sino Francisco Alejandro, fraile ermitaño del santuario de la Inmaculada Concepción del Triunfo, al que se acusó de haber sido su autor. Según Juan Ignacio Pulido, se trató de una compleja operación organizada por la Inquisición, con la ayuda de los poderes civiles y religiosos, para recuperar posiciones de poder.
En este artículo me centraré en la procesión que tuvo lugar el 13 de mayo, organizada por los cabildos de la ciudad y de la catedral, ya que fue una de las más destacadas en lo que respecta al programa iconográfico y literario desarrollado y a la espectacularidad de los elementos sensoriales desplegados. El cronista que nos permite conocer todos los detalles de esta procesión es el licenciado Luis de Paracuellos Cabeza de Vaca, natural de Granada, el cual fue testigo del acontecimiento. Francisco Henríquez de Jorquera la recoge también en sus Anales de Granada de 1640 y nos remite al impreso de Paracuellos Cabeza de Vaca.
La víspera, día 12 de mayo, la procesión se proclamó, al medio día, con las campanas de la catedral y del resto de las iglesias de la ciudad y por la noche la ciudad se “incendió” con las luminarias que se colocaron en torres, balcones y miradores. Se desplegaron los habituales dispositivos pirotécnicos “tiros, bombas y morteretes” y grupos de ministriles recorrieron las calles de la ciudad en señal de aviso: “la dulzura de las chirimías, cornetas, sacabuches, flautas, dulzainas, zampoñas, orlos, bajones, pitos, trompetas y pífanos, siendo suspensión del aire, eran suave embeleso a los sentidos”.
El día 13, la ciudad apareció engalanada para la ocasión con ricos tejidos y pinturas y en el recorrido de la procesión se dispusieron altares y un arco culminados con imágenes de la Inmaculada Concepción que el cronista describe minuciosamente. El convento de San Agustín, próximo a la catedral, elevó el suyo en la calle de la Cárcel, de “cuatro cuerpos” y “veinte varas de alto” (unos 17 metros). Próximo a él se encontraba el que había dispuesto el convento carmelita de Nuestra Señora de la Cabeza de “doce varas de alto, nueve de fondo y siete de ancho” (aproximadamente 10 x 7,5 x 6 metros). Ya en la calle Elvira, a solo “cuarenta pasos” (unos 55 metros) del anterior, algunos vecinos colocaron otro altar más modesto con una imagen de la Virgen. El convento de la Merced elaboró otro “suntuoso” altar “de cuatro suelos” cerca de la puerta de Elvira. El exorno de la puerta de Elvira, principal entrada a la ciudad, corrió a cargo de Íñigo López de Mendoza, V marqués de Mondéjar, alcaide de la Alhambra. El gremio de los escribanos de número de la ciudad, ayudados del alcalde mayor y de los comisarios del festejo fueron los encargados de organizar y subvencionar la transformación efímera del campo del Triunfo. Para acotar este espacio abierto se colocaron doscientos veintitrés arcos, dispuestos en dos calles, que estaban enramados y decorados con pinturas. En medio de cada calle había un cenador y en este entorno se habían dispuesto ocho fuentes. La columna del Triunfo de la Inmaculada estaba cercada de veinte arcos, en forma de plaza, en cuyos extremos se habían ubicado dos “teatros” (plataformas elevadas), uno enfrente del otro, “hermosamente vestidos para la representación de los autos”. Delante de uno de ellos se había situado una ornamentada grada para que se sentara el tribunal de la Inquisición. La columna del Triunfo también se decoró y en los remates de las varas que la cercaban se dispusieron ciento veinte hachas de cera “de a cuatro pavilos”. Se engalanaron también las casas más pobres de la calle San Juan de Dios, a costa de un particular: “vistiendo un lienzo de más de cuarenta varas (unos 33,5 metros) de celestiales pinturas…”, disponiendo en el centro un altar “ricamente compuesto”. A cincuenta pasos (unos 69’5 metros), el hospital de San Juan de Dios hizo construir otro “suntuoso” altar, al lado de su portada principal, en forma de obelisco de veintidós varas de alto, diez de ancho y catorce de fondo (18,4 x 8,4 x 11,7 metros), dividido en cinco cuerpos. La Compañía de Jesús compuso un arco en el que estaban presentes los órdenes dórico, jónico y corintio. Adornaron también todo el muro del huerto del convento de la Encarnación, frontero a la puerta de la iglesia de San Pablo, con un lienzo pintado, en el que se interpolaron varios jeroglíficos que se sumaron a los que se habían colocado en todos los altares ya reseñados. Finalmente, la catedral dispuso un grandioso altar, a mano izquierda del altar mayor, en el que se colocó a la Virgen de la Antigua.
Los oficios religiosos comenzaron en la catedral a las 10 de la mañana, con la asistencia del cabildo de la ciudad y otras corporaciones. Se cantó “la Misa de la Limpia Concepción” y el sermón, recogido íntegramente por el cronista, estuvo a cargo de Juan de Algar Montenegro, canónigo magistral y calificador del Santo Oficio.
La procesión fue por la tarde, abarrotando la gente las calles y balcones de todo el recorrido. En ella iban dos carros, en los que se encontraban dos grupos con “diversidad de acordes voces” que fue “embeloso a los sentidos de todos”. En el primero de los carros, sobre un águila, iba un “mancebo” que personificaba a la Fama: “con alas y trompeta… que siendo adulación de los oídos su voz sonora, las suavidades contenía, sirviéndole de facistor el águila, y al compás de su destreza se oía dulce… la letra que cantaba es esta, a quien respondía una capilla de músicos, ocultada en un castillo, preciosa fábrica del carro: Vistiendo volante adorno” (el cronista recoge los textos completos de las composiciones que se cantaron en lengua vernácula). Del castillo salía una granada y de ella una “dama” que representaba a la ciudad:
“Y por divertir suavemente los demás sentidos, suspendiendo en el aire, embargaba las atenciones la dulzura de su voz, acompañada de una vihuela, con tal destreza que solo un acento se atendía en su dulce armonía y en el suave instrumento, a quien acorde y diestra respondía la capilla de sonoras voces que el castillo encubría, regalando tan dulcemente los oídos los tres coros de música que el carro llevaba que por puntos suspendían las atenciones sus bien cantados puntos. La letra que cantaba Granada era esta: En mi trono de rubíes”.
Formaban parte del cortejo la representación de veinticuatro cofradías con sus estandartes, veintidós cruces parroquiales de la ciudad y miembros de trece órdenes religiosas que portaban la insignia de su fundador. Intercaladas entre la comitiva iban cinco danzas, “con otras tantas libreas, cada una de diferentes colores…”
En la proa del segundo carro, un niño que representaba al rey David: “oíase tan dulcemente cantar que toda admiración prevenía en lo suave de su voz, a quien acompañaba la sonora armonía de una arpa, con tal destreza tocada que a la dulzura de esta mucho le sobró de divina y lo diestro del tocar aquella…” El niño cantaba las estrofas de La Judit valerosa, a las que respondían con el estribillo “Que a Holofernes soberbios / corta cabezas” un coro de niñas que representaban a las virtudes. Remataba este segundo carro un trono en el que iba una imagen de la Virgen con “su hijo en los brazos”. El grupo de niñas citado, menores de doce años, tocaban diferentes instrumentos con los que cantaban “motetes” en alabanza a la Virgen. Una de ellas, que personificaba a la Fe, interpretó las estrofas de la canción En este triunfante carro, cantando las demás el estribillo: “Viva, viva la gala / de Madre y Hijo, / la victoria le canten / todos los siglos”. La Caridad llevaba en las manos un arpa, la Esperanza una vihuela, la Prudencia otra vihuela, la Justicia, igualmente una vihuela, la Fortaleza un “vigolín” (= violín) y la Templanza “un órgano” que tocaba con tal “primor… que fue admiración de cuantos su destreza veían”. El clero iba después de este segundo carro, entre ellos cuatro sacerdotes portaban “en andas de plata y custodia de oro (en forma triangular) la preciosa reliquia y paño de la siempre Virgen Madre”. Se trataba de un lienzo triangular que se había encontrado en los escombros de la Torre Turpiana (antiguo alminar de la mezquita mayor) en 1588, junto a otros objetos, entre ellos un texto en el que decía que era: “medio paño con que la Virgen María limpió las lágrimas de los ojos en la pasión de su Hijo Sagrado”. Tras ellos, un grupo de “diestros músicos que en sonoros motetes, debidos elogios cantaban de la pureza mayor…”. Seguían a continuación algunos miembros de la cofradía de Nuestra Señora de la Antigua de los escribanos de número de la ciudad, los cuales, junto a los integrantes del cabildo catedralicio, escoltaban a su imagen titular que era portada por cuatro capellanes. Cerraban el cortejo el cuerpo del cabildo ciudadano con sus porteros, a cuyo frente estaba el alcalde, el Tribunal de la Inquisición y varios representantes de la Real Chancillería, encabezados por su presidente.
Al llegar la imagen de la Virgen de la Antigua a la puerta de Elvira, el marqués de Mondéjar “abatió tres veces” un estandarte que le dio el conde de Peralta, en señal de homenaje y continuó acompañándola hasta el campo del Triunfo, mientras sonaba una salva de la artillería de la Alhambra. En este espacio, según narra el cronista, se escuchaban:
“Las sonoras voces de los músicos, oyéndose en corto espacio cuatro capillas de músicas diferentes, la suave de la matriz [= la catedral], la sonora del último carro y la concertada de los dos teatros que esparcida la dulzura de sus voces por los aires hacía con sus galas gala de suspender las atenciones, embargando al oido menos aplicado”.
De regreso a la catedral, cuando la procesión llegó al convento de San Juan de Dios, la comunidad, con velas, salió fuera del mismo para recibirla. La Compañía de Jesús también salió a recibir al cortejo y al pasar este desplegó un nutrido aparato pirotécnico y:
“Una bizarra escuadra de alcabuceros, con sus cajas y pífanos, hacía salva… y en sonoras chirimías y clarines acordes se atendían las dulzuras de los instrumentos todos… a coros diferentes se oía una capilla de músicos hacer la salva a todos, cantando al llegar allí las religiones, a cada una su particular motete en alabanza a su fundador y regla…”.
Al llegar la Virgen de la Antigua, salieron de la iglesia de San Pablo seis niños con vistosos cestillos llenos de flores diversas para lanzarlos a la imagen, añadiendo otra componente sensorial más, en este caso odorífera, al evento. Continuando por la calle San Jerónimo, la procesión se dirigió hasta la catedral entrando por la puerta del Perdón.
En los escenarios prevenidos en el campo del Triunfo, la compañía de Antonio Prado representó los autos sacramentales de La hidalga del Valle de Pedro Calderón de la Barca y El hereje: Auto en alegoría del sacrílego y detestable cartel que se puso en la ciudad de Granada contra la Ley de Dios y su Madre Santísima de Álvaro Cubillo de Aragón, un autor local que lo escribió expresamente para la ocasión “en tres días”. El cronista nos dice que Calderón había escrito el suyo “en diferente ocasión, a la Concepción de Nuestra Señora, que por venir en la presente tan a propósito se representó, excusándose de escribir otro de nuevo”. Según Francisco Domínguez Matito, la versión publicada por Luis de Paracuellos Cabeza de Vaca es la más temprana conservada y fue adaptada, por Calderón o por otra mano, expresamente para ser representada en Granada, en un escenario fijo. Las acotaciones del manuscrito de Calderón, escrito entre 1665 y 1670, parecen indicar que esta versión estaba destinada para ser representada en un carro del Corpus Christi.
Si bien no es posible tener certeza sobre qué composiciones musicales pudieron escucharse en la misa y la procesión del 13 de mayo de 1640, a tenor de la descripción del cronista, sí se pueden apuntar algunos títulos plausibles. Paracuellos Cabeza de Vaca nos dice que se cantó “la Misa de la Concepción”. Bien pudo ser esta la Missa Quam pulchri sunt de Diego Pontac que era el maestro de capilla de la catedral en 1640. Podría justificar esta suposición la indicación “In festo Conceptionis” que encontramos en el motete homónimo de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1564) y en la versión de Tomas Luis de Victoria” (1572), que le sirvió de modelo para una de sus misas parodia publicada en 1583. El texto, procedente del Cantar de los cantares, se asocia con la virtud de la pureza, lo que lo hacía especialmente adecuado para la ocasión. Además de otros motetes marianos, pudieron igualmente interpretarse la versión del motete Tota pulchra es, Maria de Francisco Guerrero (1570) o la del motete Quam pulchri sunt de Alfonso Lobo (1601), que formaban parte de los fondos musicales de las capillas granadinas. Entre los motetes dedicados a los santos fundadores de órdenes religiosas que se cantaron en la puerta de la iglesia de San Pablo, serían adecuadas las versiones Salve, Sancte Francisce de Rodrigo de Ceballos, Beatus Franciscus, dum morti appropinquaret de Jerónimo de Aliseda y O doctor optime de Rodrigo de Ceballos, Francisco Guerrero o Tomás Luis de Victoria, igualmente presentes en las citadas librerías musicales de la ciudad.