Algunos datos históricos sobre el corral de comedias de las Atarazanas
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Palabras clave
representación teatral , música escénica , actores-cantantes
El Corral de comedias de las Atarazanas tuvo una vida relativamente corta. Se documenta desde c. 1577 a c. 1585. Estos espacios acogían diferentes formas de representación teatral en las que la música y más ocasionalmente la danza están presentes.
Miguel de Cervantes, en su prólogo para el lector de Ocho comedias y entremeses (1615), nos proporciona un interesante apunte sobre la evolución de la tramoya y la presencia de los músicos en la representación escénica: “Tratose también de quien fue el primero que en España las sacó de mantillas [a las comedias], y las puso toldo, y vistió de gala y apariencia; yo, como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y el entendimiento. Fue natural de Sevilla, y de oficio batihoja... En el tiempo deste célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y en cuatro cayados, poco más o menos... No había en aquel tiempo tramoyas... El adorno del teatro era una manta vieja tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo... Sucedió a Lope de Rueda [Pedro] Navarro, natural de Toledo... este levantó algún tanto más el adorno de las comedias y mudó el costal de vestidos en cofres y en baúles; sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público... pero esto no llegó al sublime punto en que está agora”. Agustín de Rojas, poco años antes, en su “Loa en alabanza de la comedia” en El Viaje entretenido (1603), confirma y matiza esta información: “Digo que Lope de Rueda, / gracioso representante / y en su tiempo gran poeta, / empezó a poner la farsa / en buen uso y orden buena / Porque la repartió en actos, / haciendo introito en ella, / que agora llamamos loa / y declaraban lo que eran / las marañas, los amores, / y entre los pasos de veras, /mezclados otros de risas, / que porque iban entremedias / de la farsa los llamaron / entremeses de comedia; / y todo aquesto iba en prosa / más graciosa que discreta. / Tañían una guitarra, / y esta nunca salía afuera, / sino adentro, y en los bancos, / muy mal templada y sin cuerdas. / Bailaba a la postre el bobo, / y sacaba tanta lengua / todo el vulgacho embobado / ... / Después, como los ingenios / se adelgazaron, empiezan/ a dejar aqueste uso; / reduciendo los poetas / la mal ordenada prosa / en pastoriles endechas, / hacían farsas de pastores / de seis jornadas compuestas, / sin más hato que un pellico, / un laúd, una vihuela, / una barba de zamarro, / sin más oro, ni más seda. / ... [tras citar algunas obras de Juan de la Cueva, Cervantes y Lope] / y ya en este tiempo usaban / cantar romances y letras, / y esto cantaban dos ciegos, / naturales de sus tierras. / Hacían cuatro jornadas, / tres entremeses en ellas, / y al fin con un bailecico / iba la gente contenta.” Esta obra de Agustín de Rojas se inicia en Sevilla, ciudad muy presente en el primero de sus libros, en el que incluso llegar a personificarse en la primera de las loas que incluye.