Exequias del rey Felipe II en la catedral de Sevilla (1598)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Palabras clave
exequias , cartografiando Francisco Guerrero , obras manuscritas de Francisco Guerrero , obras impresas de Francisco Guerrero , misa de réquiem , Hei mihi Domine (motete) , Francisco Guerrero. Missarum liber secundus (1582) [G 4872] , Francisco Guerrero. Mottecta (1589) [G 4875] , Francisco Guerrero. Motecta (1597) [G 4877] , misa (género musical) , motete , Felipe II (rey) , cabildo de la ciudad , cabildo de la catedral , Miguel de Cervantes Saavedra (escritor) , Francisco Guerrero (compositor, maestro de capilla) , capilla musical de la catedral , Francisco de Borja y Castro (conde de Mayalde)
El 28 de septiembre de 1598, el cabildo de la ciudad hispalense recibía la comunicación oficial del fallecimiento del rey Felipe II (acontecido el 13 de septiembre, en el monasterio de El Escorial) para que comenzara a preparar las ceremonias acostumbradas, ordenándose el pregón que habitualmente se hacía con trompetas y atabales y la fabricación del túmulo, al tiempo que se prohibían: “todos los actos de alegría comunes y ordinarios, cuales suelen ser música, bailes, danzas y otros semejantes regocijos”. Se conocen varias relaciones del megalómano túmulo y de las exequias celebradas en la catedral de Sevilla al fallecimiento del monarca, así como una imagen del mismo. Ese dibujo, Catafalco erigé à l’honner de Philippe III [sic] à Seville, procede de un libro de viajes impreso en Ámsterdam, en 1741, el cual debió ejecutarse a partir de la “estampa” realizada por Diego López Bueno, impresa a instancias del cabildo municipal en 1598. El monumento funerario comenzó a construirse el 1 de octubre, como era habitual en el espacio “entre los dos coros”, en el crucero de la catedral. Esta colosal estructura, trufada de esculturas, pinturas y poemas, fue iluminada con una descomunal cantidad de cera proporcional a sus dimensiones, quinientas setenta y cinco arrobas y ocho libras, creando un intenso efecto magnético sobre toda la ciudadanía que acudía en masa para visitarlo. El licenciado Francisco Gerónimo Collado, c. 1610, escribe una pormenorizada descripción de ese túmulo en la que da cuenta de los epigramas que se colocaron en él, cuyo autor fue el canónigo de la catedral Francisco Pacheco, así como de sus numerosos elementos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos a cargo, entre otros, de Juan de Oviedo, Francisco Pacheco, el joven, y Juan Martínez Montañés. Las exequias debían celebrarse el 24 y 25 de noviembre, pero debido a una disputa entre el cabildo catedralicio y la Inquisición tuvieron lugar los días 30 y 31 de diciembre, con lo cual el túmulo funerario estuvo expuesto para su contemplación durante mucho más tiempo de lo que era habitual.
Cervantes contribuyó directamente al exorno literario del túmulo con una serie de doce quintillas y, probablemente, con un soneto al que le falta el último verso. Además, con motivo de este evento, escribió uno de sus más conocidos sonetos: “Al túmulo del rey Felipe II” (ver recurso). En toda esta poesía circunstancial se ha querido ver una inteligente crítica cargada de ironía. La música interpretada en la exequias reales estuvo a cargo de la capilla de la catedral, dirigida por Francisco Guerrero. No sabemos qué versión del responso Ne recorderis se cantaría en el Oficio de Difuntos el día 30 de diciembre, probablemente la del compositor hispalense Francisco de la Torre. La vigilia, en esas fechas, concluía con la interpretación del Requiescat in pace por los seises de la catedral, “todos a una voz”, probablemente aderezados “con unas alas y unas guirnaldas en las cabezas, como ángeles”, del mismo modo que lo habían hecho en la exequias de la reina María, esposa del rey Felipe II, en 1558. Sin duda, al día siguiente, se cantaría la versión adaptada a la reforma tridentina de la Misa de réquiem de Guerrero, copiada en uno de los manuscritos catedralicios, en 1576, y que fue publicada en su impreso de misas de 1582. Esta “Misa pro defunctis”, agregada al canon musical de la catedral, “es la que se canta en todas las honras”, como se indica en un inventario de 1721, y continuó interpretándose hasta bien entrado el siglo XIX, como pone de manifiesto la última copia manuscrita conservada.
Una carta de Francisco Guerrero a Juan de Borja localizada por Ferran Escrivà Llorca, fechada en 1598, nos informa de que le adjuntaba un motete que había compuesto para las exequias del rey Felipe II celebradas en la catedral de Sevilla:
“Ahí envío a Vuestra Señoría un motete que he hecho para las honras del rey, nuestro señor que sea en gloria. Suplico a vuestra señoría lo vea y cante con sus vihuelas de arco”.
Hasta el momento, esta obra no ha podido ser identificada ni localizada. En posible que el algún momento de los diferentes actos rituales de estas exequias se interpretara también el motete Hei mei Domine, incluido en el citado libro de misas de 1582 y reimpreso en las colecciones de motetes de 1589 y 1597.