La mancebía de Sevilla
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
La mancebía de Sevilla estaba ubicada en el llamado Compás de la Laguna, en el barrio del Arenal. Estaba limitada por una muralla que lo protegía del río Guadalquivir, continuando su cierre una tapia que tenía su entrada principal bajo el Arquillo de Nuestra Señora de Atocha, en la calle Botica. El bullicioso y particular paisaje sonoro de este céntrico espacio urbano, difícil de documentar en las fuentes musicológicas tradicionales, estaría caracterizado, en el lenguaje, por el particular léxico de la germanía y aderezado de licenciosas canciones populares con las que las prostitutas, acompañadas de guitarras y otros instrumentos de percusión, atraerían a su clientela.
Palabras clave
canciones populares , bailes populares , proyecto mujeres y redes musicales , prostituta , chulo (= rufián = alcahuete) , guitarrista , tañedor de adufe (pandero cuadrado) , tañedor de sonaja , Miguel de Cervantes Saavedra (escritor)
La primera referencia a la congregación de prostitutas en un determinado lugar para ejercer su oficio la tenemos en la “Setena Partida. Título XXII: De los Alcahuetes” de Alfonso X el Sabio (1265). De los cinco tipos de “alcahuetes” que cita el documento, el primero es “el de los vellacos malos que guardan las putas, que están públicamente en la putería, tomando su parte de lo que ellas ganan”. La mancebía de Sevilla se encontraba ubicada en el llamado Compás de la Laguna, en el barrio del Arenal. Estaba limitada por la muralla que lo protegía del río Guadalquivir y su cierre continuaba con una tapia que la cercaba y a la que se accedía por una puerta principal, situada bajo el Arquillo de Nuestra Señora de Atocha, en la calle Boticas. Este lugar había estado bajo regulación, con mayor o menor especificidad y detalle, desde al menos el ordenamiento de Alfonso XI de 1337, aunque no será hasta 1553 cuando se promulguen las ordenanzas municipales sobre la mancebía hispalense que seguirían vigentes durante el reinado de Felipe II y que se aplicarían al resto de las “puterías” de las coronas hispanas. Podemos imaginar el bullicioso y particular paisaje sonoro de este céntrico espacio urbano, difícil de documentar en las fuentes musicológicas tradicionales. Una vez más, la literatura será un valioso aliado que nos permitirá acercarnos a su específico universo sensorial, en el que la germanía (léxico de los delincuentes) se convierte en uno de sus soundmarks característicos. Sirva de ejemplo el siguiente soneto anónimo del siglo XVI:
Entonen los adufles y guitarras
y al son de los alegres panderetes,
canten en jermanesco mil motetes
los chulamos y marcas más vizarras.
Aya bureo, mátense gomarras,
pulan y entolden blandas y trinquetes,
y en epicurias juntas y vanquetes
los jaque se hagan jarros y ellas jarras.
Y tú, marca godeña entre las godas.
-echa de rumbo- entolda tu navío
pues te irá presto a ver tu amigo Abarca;
y aunque en este verjel le aguardan todas,
yo sé dél que tu sola, por tu brío,
entre las marcas eres de más marca.
Adjuntaremos un pequeño glosario de este léxico germanesco para facilitar su comprensión:
Adufe: pandero morisco / Chulamo: criado de un rufián / Marca: prostituta / Bureo: jaleo, diversión / Gomarra: gallina / Entolden: vistan / Trinquete: cama de cuerdas (camastro usado por las prostitutas, por lo que se las denominaba también “señoras trinquete”) / Jaque: rufián / Jarro: borracho / Marca godeña: puta principal (Goda: persona importante, distinguida, principal / rumbo: donaire y gracia (usado para referirse a las prostitutas) / entolda tu navío: vístete, arréglate / amigo: rufián, chulo de prostituta
El mismo ambiente nos dibuja el largo poema anónimo, también del siglo XVI, “Carta en jacarandina” (sinónimo junto a algarabía del lenguaje de la germanía), con bailes y canciones, entre ellas una seguidilla, acompañadas de adufes y sonajas. Miguel de Cervantes nos retrata magistralmente estos personajes en algunas de sus más destacadas novelas ejemplares y en alguna de sus comedias. Así las describe en la casa de Monipodio, en Rinconete y Cortadillo: “Al volver que volvió Monipodio, entraron con él dos mozas, afeitados los rostros, llenos de color los labios y de albayalde los pechos, cubiertas con medios mantos de anascote, llenas de desenfado y desvergüenza: señales claras por donde, en viéndolas Rinconete y Cortadillo, conocieron que eran de la casa llana”. El escritor las había visto y escuchado al menos durante su estancia en la cárcel de Sevilla, ya que por ella desfilaban habitualmente un buen número de “marcas”, ya fuera en calidad de presas, en la vecina cárcel de mujeres, o para visitar a sus “amigos”, tal y como nos cuenta Cristóbal de Chaves en la Relación de la cárcel de Sevilla: “Cuando se sabe en la mancebía o en la casa de la mujer que tiene por amiga el que a de morir, viene acompañada de otras semejantes a la prisión, puesta de duelo y, a voces, como si fuera su marido, dice: «Afuera, no me detenga nadie- ¿Dónde está el sentenciado de mi ánima?»...” Para entretenerse, pero también a modo de reclamo publicitario, cantaban canciones licenciosas acompañándose rítmicamente con el golpear de una caña. Rodrigo Caro, vecino de Sevilla, en sus Días geniales o lúdricos (c. 1626), nos dice: “Tocaban las mujeres públicas en Roma tejoletas, como ahora dan con una cañuela en la silleta, haciendo un sonetillo”. Broncas de clientes y predicación de los padres de la Compañía de Jesús, entre los que destacó Pedro de León, también serían parte del paisaje sonoro de la mancebía. Especialmente contundente era con los mozos que rondaban por estos parajes: “tomaba una disciplina que llevaba en la flatriquera y dábales en las pernezuelas, y como les dolía, salían bailando más que de paso, sin aguardar contenencias ni compases, y escarmentaban para no volver más allí porque juntamente con irles dando les iba diciendo: «sal del infierno, mal muchacho y no me vengas más aquí»...”.