El sonido del agua y los pájaros en la Alameda de Hércules
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
En 1574, se aborda la remodelación de la laguna de la Feria para convertirla en uno de los lugares más importante de recreo de la ciudad de Sevilla. La instalación de tres fuentes y varias acequias para regar el elemento más característico de este espacio, su alameda, hacen del agua una de sus señas de identidad. El número de fuentes se elevó a seis durante los siglos XVII y XVIII. El sonido del agua, unido al de los pájaros que se refugiarían en su nutrida arboleda y el de otros animales como caballos o perros, contribuirían a la riqueza del paisaje eco-acústico de la Alameda hispalense.
Palabras clave
sonido del agua , sonidos de animales , agua , pájaros
En la remodelación de la laguna de la Feria, en 1574, para convertirla en uno de los espacios más importante de recreo de la ciudad de Sevilla, se instalaron tres fuentes y varias acequias para regar el elemento más característico de este espacio, su alameda, constituyéndose la abundancia de agua una de sus señas de identidad. El agua procedía de la antigua fuente del Arzobispo que nacía a las afueras de la ciudad, a 1,3 leguas al este (al sur del actual parque de Miraflores). El tracista de las fuentes fue Asencio de Maeda. Según Albardonedo Freire: “A este origen estético [italiano] también correspondían todas las fuentes de temas clásicos de la Alameda dispuestas en el eje ordenador de los seis rectángulos de la composición inicial a la italiana, alguna pudo tener sucesivas pilas en altura y diversidad de mármoles y jaspes, que unido a su simbología contribuían a exaltar el espíritu humanista que las había inspirado”. Las tres monumentales fuentes fueron dispuestas siguiendo el eje de simetría y disposición longitudinal del paseo. Su programa iconográfico estaba regido por las habituales referencias mitológicas y acuáticas: Baco (fuente ejecutada por Diego de Pesquera), Neptuno y las Ninfas (fuente realizada por Bautista Vázquez). Los bronces fueron fundidos por Bartolomé Morel. El sistema de desagüe estaba formado por diversas atarjeas que, al pie de los árboles, servían para su riego y por medio de una serie de alcantarillas drenaban este espacio. Alonso de Morgado, en 1587, hace expresa referencia a los elementos hidráulicos de este espacio recientemente remodelado:
“Donde primero separó con los acueductos [el agua canalizada de la fuente del Arzobispo], dentro ya de la ciudad fue en esta ciega laguna, la cual ante todas cosas se hizo limpiar y escombrar y abrirle a la larga de la una y otra banda en ancho y medio estado de hondo por donde desaguasen al río por su antiguo husillo, con los suelos y paredes de cal y ladrillo y con sus pontezuelas también de ladrillo y cal por todas las zanjas que hacen paso a la gente, plantando por unas y otras bandas grandes hileras de árboles. Y así mismo, por la parte de en medio, otras hileras de los mismos árboles, los cuales divide una zanja de agua que corre por medio dellos, de la que trasvierten tres fuentes que se levantaron en esta calle mayor y más principal de en medio, de galano artificio de mármol y jaspeado con sus figuras por remates. Las cuales (siendo como son de altor proporcionado) derraman con abundancia perpetua, cada una por sus caños, en triángulo y cuadrángulo, claros chorros de agua de aquellas antiquísimas fuentes del Arzobispo que por singular regalo solían buscar la gente enferma y más regalada. Y así la vemos al presente (en notable majestad y general provecho de toda Sevilla) correr en estas fuentes con tanta superabundancia que riegan todo el año los mil y setecientos árboles que entre alisos, álamos blancos, naranjos, cipreses y árboles de paraíso, fueron en esta laguna plantados, perdiendo desde entonces su antiguo nombre de laguna y llamándose después alameda. Los árboles hallaron tan buena disposición en aquel buen sitio que en poco tiempo se levantaron mucho vicio y altura, tan coposo y entretejidos en sus ramos que ya por lo alto no se diferencian los unos de los otros y hace muy hermosa vista por el compás y nivel con que van plantados, sin que se interponga cosa por sus troncos que ofenda ni impida la vista para que la primera fuente ni se vea por entre las dos carreras de árboles de en medio, con la segunda de en medio, con estar la una de la otra docientas y más varas de medir, ni para que la segunda no se mire con la tercera del cabo, en igual distancia”.
En 1672, el viajero Albert Jouvin hace alusión a este espacio de recreación urbano, con especial mención también a sus fuentes:
“... mais de tous ces places là, la Lameda est la plus considérable, qui est un promenade de trois longue allées, bordées d’arbres où sont plusieurs fontaines en divers endroits, & quantité de petits bassins dont les eaux arrosent le pied de tous les arbres, & où le soir il fait beau voir les carrosses & les personnes de qualité, se promener a la fraischeur de toutes ces belles fontaines là, dont les eaux sont les meilleures à boire de la ville...”.
Esta referencia nos hace pensar que el incremento de número de fuentes no se debió a la reforma del asistente Larrumbe en 1764-1765, sino que pudo ser anterior. Algunas imágenes del siglo XVII sitúan una de las fuentes delante de las dos columnas. La iconografía conservada del siglo XVIII nos proporciona ya la imagen de seis fuentes, distribuidas regularmente, las tres del paseo de las columnas, más otras tres en el paseo oriental. Su tipología era de dos tazas superpuestas, las dos primeras de piedra de Morón, la siguiente de jaspe (posiblemente la del paseo central) y las tres restantes de piedra de Estepa.
Las fuentes cobran en la Alameda de Hércules una función decorativa y estructural, tal y como puede apreciarse en el plano de Francisco Manuel Coello, y se constituyen en uno de sus elementos sónicos más destacados, al que se uniría el de los cantos de los abundantes pájaros que poblarían su nutrida arboleda, los cuales, junto a otros animales como caballos y perros, están presentes en algunas de las representaciones de este espacio urbano. En Sevilla, solo los jardines del alcázar, abiertos al público al menos desde la segunda mitad del siglo XVIII, superaban a los de la Alameda en la riqueza de su paisaje eco-acústico.