Iluminación, pirotecnia, castillos y fuegos de artificio en la fiesta de la beatificación de Ignacio de Loyola (1610)

Ruiz Jiménez, Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988

Palabras clave

luminarias , dispositivos pirotécnicos , fuegos artificiales , música en las calles y plazas , salva de mosquetes , tañido de campanas , Compañía de Jesús , gentío , ministriles , atabalero / timbalero , campanero , arpista , clarinero , tañedor de sonaja , trompeta


El desarrollo artístico de la componente lumínica, motivada por el deseo de convertir la noche en día, es una de las características más destacadas de la fiesta barroca. A ella se suman los efectos sónicos de cohetes, salvas, fuegos de artificio, etc., que producirían una penetrante y característica sensación olfativa, que se completa con el tañido de campanas e instrumentos que producirían en la ciudadanía un intenso efecto emocional.

Para la celebración de la beatificación de Ignacio de Loyola, desde la sede arzobispal, se ordenó a todos los mayordomos de las iglesias parroquiales dentro y fuera de los muros de la ciudad: “estuviesen apercibidos de fuegos y luminarias para sus torres, en correspondencia de los que se habían de encender en la de la iglesia mayor, con solemnísimo repique de campanas, como lo suelen hacer en las únicas y más célebres solemnidades de sus vocaciones, a que obedecieron puntualmente todas”. Se pregonó por toda la ciudad por orden del asistente de Sevilla lo mismo: “en razón de universales incendios y luminarias por los vecinos”. Esto hizo que se encarecieran mucho los “barriles de alquitrán, pólvora y cohetes, con los demás pertrechos concernientes a máquinas de fuego”

Las Vísperas terminaron a la puesta del sol y entonces dieron comienzo todas las luminarias, cohetes y fuegos de artificio, de los que el documento da buena cuenta y que debieron ser espectaculares tanto sonora como lumínicamente. Los más destacados estuvieron a cargo de “la nación vizcaína”, ya que Ignacio de Loyola era su “compatriota y paisano”. Estaban divididos en dos grupos. Los que adornaron la iglesia de la Compañía estuvieron a cargo de un portugués:

“Muy diestro en ellos [fuegos], el cual plantó en los terrados y contorno de la bóvedas, sobre la iglesia (que son de una fábrica muy hermosa), cuatro árboles de notable gallardía, traza y altura, con tal artificio que al despedir grandes ramos de voladores quedaba cada uno de por sí como con varias y numerosas luminarias, puestas tan en orden como si solo se hicieran para algunos candeleros que suele haber de muchas luces. Y habiendo demás desto arrojado cantidad de bombas de fuego, cada una de aquellas luces, al tiempo de apagarse, daba una gran respuesta como de arcabuz, bien cargado. Dejo de referir el gran número de cazuelas de fuegos que ardían en la torre y en contorno de todos los terrados y andenes de las bóvedas, ultra de los innumerables cohetes sueltos, voladores, triquitraques, buscapiés, de notable ruido y regocijo, etc.”

El segundo grupo estaba constituido por un castillo unido por una larga cuerda a una imagen soldadesca que algunos quisieron identificar con Ignacio de Loyola.

La congregación de la doctrina cristiana, sita en la casa profesa, hizo una gran “máquina de fuego, fundada en un castillo”, el cual colocó en la cercana plaza de Pedro Ponce. En estos castillos se combinaban la arquitectura efímera con los efectos de luz, color y sonido que en este caso se describen con particular detalle y que dado su indudable impacto sensorial trascribimos íntegramente:

“Fundose sobre madera, aforrado en lienzos pintados, a traza de cantería, de altura de trece varas, sobre un peñasco imitado, de altura de una vara. Tenía el castillo, sobre la barbacana, tres cuerpos en proporción, cada uno recogido de menor grandeza, con sus repartimientos y cuatro torres a las esquinas y en medio del último cuerpo otra más levantada. Y en los torreones puestas otras tantas figuras: a una esquina o canto estaba la Herejía, con esta letra en los pechos: Babilo fornicaria, porque deste bestial vicio es madre la herejía. Y desde lo alto de la torre, al rostro de la figura estos versos de buena y crecida letra... Y en el torreón bajo correspondiente estaba la figura del demonio, echando fuego, en una mano el tridente y en la otra como que llamaba a los tres. Tenía por título: Mendax & pater mendacii, con más este verso... En el torreón alto de la mano derecha estaba por título el de San Juan, Omne quod est in mundo, etc. y esta copla... En el torreón bajo de esta parte estaba la figura de la Soberbia, en hábito de mujer arrogante, los ojos y el brazo derecho levantados al cielo y en un pie alto del suelo como quien presume subir allá, con este verso... En el torreón alto de la mano izquierda, por título uno del Apocalipsis que comienza Ideo in una die venient plage eius, etc... y estos versos... Al torreón bajo de esotra parte estaba la Carne, en figura de una mujer hermosa y por título este verso: Abrásase, abrasada la lujuria. Y en contraposición de esta, al torreón alto, estaba por título el que le da San Juan Habens poculum aureum, etc., con estos versos... En el último y más bajo torreón correspondiente estaba Concupiscentia oculorum, en hábito de mujer anciana, con antojos, y en una mano una bolsa y la otra extendida, como que acometía a arrebatar alguna cosa. Tenía este letrero en los pechos: Deja la fe: la idólatra cudicia [sic]... Del brazo derecho de la figura bien entallada que estuvo en la torre de la casa profesa, en traje de soldado, [la que habían hecho los vizcaínos] como dije, bajaba una cuerda, con que llegando hasta el castillo se le dio fuego, el cual comenzó a despedir sus invenciones de incendio (que eran muchas) por un lucido plumaje, de innumerables cohetes, que suelen llamar colas de pavón, de extremada vista y artificio, a lo que se siguió otro no menor número de bombas de fuego con tal ruido y estruendo como si dos compañías de mosqueteros dieran rociada a la par. Duró muy grande rato, sin hacer daño alguno, siendo el concurso de gente que estaba dentro en la plaza extraordinario, quedando últimamente hecho todo el castillo un volcán de fuego de notable resplandor. Y a juicio de todos fue la más lucida e ingeniosa máquina que de este género se ha visto en esta ciudad, la cual toda, en el ínterin, andaba ocupada en otros incendios dignos de la fiesta y de su grandeza, a que dio principio la iglesia mayor, como su capitana, con el mesmo repique campanas que acostumbra en sus mayores solemnidades. Gran copia de luminarias, cazuelas de alquitrán, ruedas de cohetes, ultra de los voladores y otros sin cuento a quien respondieron todas las demás iglesias... Y en la presente anduvieron maravillosos los monasterios de frailes y monjas, señalándose entre ellos los insignísimos de San Pablo y Montesión, de la orden de Santo Domingo, así en los fuegos como en el repique de campanas. Y lo que no fue de menos consideración que estando el convento de San Agustín (cabeza de esta provincia y eminente en toda suerte de letras) extramuros de la ciudad y su colegio de San Acacio mucho más retirado de ella, se aventajaron singularísimamente, con grande copia de barriles de alquitrán, suma de cohetes, banderas en las torres y repiques de campanas solemnísimo... otras demostraciones que hicieron los hospitales más insignes de la ciudad, como son el del Cardenal, el del Amor de Dios, del Espíritu Santo, de San Cosme y San Damián y el de la Sangre que en esta ocasión célebre y piadosa quiso ser de luz”.

La descripción nos permite imaginar la trasformación lumínica urbana, que el cronista continúa con el relato de otros fuegos organizados por algunas de esas instituciones, a las que siempre se asocian grupos de ministriles. Comienza por el hospital del Cardenal o de San Hermenegildo:

“La ventana de la puerta principal se aderezo con un palio de damasco carmesí y vistosos doseles de catalufa, en forma de tabernáculo que había tres cuadros de hermosa y devota pintura, de los cuales uno era del bienaventurado Ignacio de Loyola, con adorno de velas de cera blanca, en candeleros de plata y muy buenas hachas. Y en contorno (como en el aire) algunas luminarias en forma de globos o esferas grandes que ultra de ser artificiosas y de varios colores campeaban y lucían extremadamente, continuándose otro grande número de luminarias por sus azoteas y terrados. Delante de la mesma puerta, en buena proporción de altura, asida de cordeles, estaba una galera de mediana grandeza, bien imitada en perfección. Tenía por forzados y remeros los enemigos del alma, con los más conocidos vicios que de ellos nacen, a quien se pegó fuego, de que tenía bastante munición, ayudando mucho a este regocijo la música de ministriles y atabales y una copia de innumerables cohetes de todas suertes. Dio remate a la fiesta un carro de figuras ridículas, en que se representaban naciones diversas: indios, guineos y otros, donde llega la noticia del santo y frutos de su religión”.

A continuación describe las luminarias del hospital de San Cosme y San Damián (las Bubas) conocido también como hospital de la Paz, de la orden de San Juan de Dios, que en esta época todavía no tenía “torre ni ventanaje”. Por este motivo se dispuso una estructura con un IHS de letras en color rojo, iluminadas con lámparas de vidrio, fuego de barriles de alquitrán y multitud de cohetes: “no faltando ministriles, cuya música continuada causaba entero regocijo”.

En tercer lugar, da cuenta de los fuegos del hospital del Amor de Dios, uno de los más importantes de la ciudad tras las reducción de estas instituciones que se había producido hacía pocos años. Señala que era uno de los más apropiados para estas demostraciones:

“Así por su calle real (camino de la Alameda) como por los balcones, corredores, ventanaje y torre donde acomodar lucidamente los incendios que fueron de la traza siguiente: Dos días antes de la fiesta, a las noches, tuvo luminarias a las ventanas y música, como en celebridad de calendas suele hacerse. La noche de vísperas, se encendieron en las ventanas más de un ciento de luminarias, cuatro barriles de alquitrán y hachas, ultra de los muchos cohetes de todas suertes, todo lo cual ardió más de cuatro horas. Tuvo variedad de instrumentos músicos, ministriles, atabales, un órgano pequeño, arpas y vihuelas, que todo junto causaba notable gusto”.

Señala que el hospital de la Sangre también contribuyó a esta fiesta “con muy buenos fuegos y luminarias, etc.”, a pesar de que su situación extramuros, “en lo más remoto del comercio de la ciudad”, podría haberlo excusado.

“Y dando vuelta a la ciudad, hallaremos prodigiosos incendios e invenciones de fuegos, acompañados de muchas copias de ministriles, trompetas bastardas, clarines, atabales, vihuelas, arpas, sonajas, con otros varios instrumentos de música que no menos causaban regocijo en los ánimos, acompañados de universal repique de campanas que se fue continuando grande espacio de la noche, la cual en muchos barrios más parecía claro día, con las luces innumerables”.

En la plaza de San Francisco, la iluminación se situó en las casas del cabildo de la ciudad donde ardieron “muchos barriles de alquitrán y en los corredores y ventanas treinta y seis hachas”... En la Real Audiencia, se correspondió extremadamente con hachas en las ventanas que miran al cabildo, a modo que la plaza descubría muy bien la majestad de sus dos tribunales, sin los fuegos de los vecinos”.

En la calle de Vizcaínos, sus vecinos, además de organizar los fuegos en la casa profesa: “para suspender un punto de la solemnidad de su barrio, donde tuvieron incendios de notable ingenio y costa. Esta noche y la siguiente ardiendo ante todas casas cien hachas repartidas por las ventanas de la calle (que es bastante larga). Los barriles eran casi otros tantos en número. Los cohetes innumerables, ultra de dos copias de ministriles que se respondían... lo más digno de memoria, por curioso y nuevo, fueron dos invenciones de fuegos, la una en ciertos montantes, muy bien imitados y sobrepuestos de tal número de cohetes que jugado cada uno de por sí, como le juegan los maestros de armas, duraba el despedir fuegos todo lo que una ida y venida de la calle, de largo a largo, que tendrá cien pasos, poco más o menos. Lo mesmo era la segunda invención, en lo que es la duración de despedir cohetes, aunque no en montantes, sino en unas astas que teniendo por remate cada una de ellas un grande globo o esfera al pasar la calle, puesta al hombro de una persona y moviéndose ligeramente, rociaba con buen aire cantidad dellos, sin que en calle ancha, ni angosta (como esta lo es) hiciese daño, ni menos los montantes, aunque con alegrísimo ruido. Gastáronse en los dichos fuegos y los que dieron en la casa profesa más de tres mil reales, sin más las cien hachas”.

El cronista menciona, igualmente a modo de ejemplo, la iluminación de algunas casas particulares. En la más próxima a la casa profesa de la Compañía: “ardieron sesenta hachas, de a cuatro pabilos”. Un oficial de sastre, vecino de la calle Borceguinería: “encendió seis hachas en sus ventanas, las cuales ardieron desde el Ave María hasta casi las nueve de la noche. Y sería no acabar si dijésemos cuántas personas de poco caudal encendieron dos hachas, etc.”

La congregación de sacerdotes de la casa profesa hizo un concurso para alentar a los vecinos de la calle en la que esta institución se encontraba para que pusieran también sus fuegos y luminarias, recompensándolos con tres premios, consistentes en decir por ellos misas de distintas advocaciones.

Los fuegos no solo tuvieron lugar la víspera de la fiesta, también al finalizar esta, el domingo:

“cerradas las puertas de la iglesia y claustro, a quien hacía cuerpo de guardia una escuadra de soldados, se encendieron nuevas invenciones de fuego en las torres y bóvedas de la misma casa profesa, a la traza que la noche antes, alegrando todo el barrio y comarca, porque demás de los árboles con ruedas de artificiosos ingenios que despidieron de sí gran número de bombas de fuego que juntamente se respondía con una escuadra de mosqueteros, cuatro atambores, veinte y dos trompetas y los ministriles de galera y en todo en folla, llenaba el barrio de música, se echaron a la plaza y por el aire innumerables cohetes, de todas suertes".

Luque Fajardo completa la descripción de todo este asombroso despliegue pirotécnico y lumínico con el efectuado en la plaza del Duque y en el colegio jesuita de San Hermenegildo, el cual se dividió en tres noches: la víspera y día de la fiesta y el sábado siguiente (víspera de la entrega de los premios de la justa literaria que se había convocado).

“En los cuales fuegos [los del colegio de San Hermegildo] se gastaron cuatro quintales de pólvora y se hicieron seis mil y tantos cohetes. Repartiéronse en veinte y ocho o treinta ruedas, en dos castillos y un león. Y encima de la media naranja del colegio, que es en la parte más superior y que se descubre casi toda la ciudad, se puso un castillo de lienzo pintado, del cual salieron por remate de la fiesta de la segunda noche gran cantidad de cohetes voladores que formaron una hermosa cola de pavón en el aire.  Por todos los tejados se hicieron tablados para poner las luminarias y cazuelas de fuego que fueron más de quinientas. Uno de los castillos se puso en la torre del colegio, encima de un tablado que se hizo para el efecto. Tenía este castillo cinco torreones grandes que estaban artillados con más de mil cohetes. El otro castillo se puso enfrente de la torre de la iglesia de San Miguel. Tenía tres altos, con sus almenas y estaba artillado como el otro. Y por remate, despidió cuando se quemó una gran rociada de cohetes voladores. Y desde el colegio inglés, algo distante, se puso un cordel por el cual iban y venían muchos cohetes de diversas invenciones. Esta segunda noche, hubo tres suertes de músicas: de clarines de Francia que hacían una copia, otra copia de chirimías, la tercera seis o siete forzados de una galera que estaban a la puerta tocando trompetas y ministriles. Pusiéronse delante de la puerta del colegio doce barriles de alquitrán”.

En la plaza del Duque:

“Muy bien formada en cuadro y todo el espacio que hace frontera a sus entradas descubre un lienzo de edificio hermosísimo que toma las dos esquinas y su obra las casas del duque de Medina Sidonia, cuya portada y rostro está poblado de ventanaje muy en orden, a lo nuevo. Hace testero al dicho barrio la iglesia de San Miguel, opuesta y cercana al colegio, donde se combatieron dos castillos artificiosamente imitados y de muchos fuegos. Su traza era esta. Precediendo toda la tarde, hasta ya anochecido, el vistoso ejercicio y escaramuza de dos gallardas compañías de soldados, de más de quinientos hombres, mosqueteros y piqueros, que formando un escuadrón y acometiendo con destreza dieron muy buenas rociadas que alegraron la plaza, la cual, de esquina a esquina, delante  de las casas del marques asistente, estuvo plantada de veinte árboles o pilares de madera y en lo alto de ellos otros tantos barriles de alquitrán. En las doce rejas del segundo orden de sus ventanas había veinte y cuatro hachas, interpoladas entre ellas y otro balcón grande más de doscientas luminarias y unos ministriles, cuya música alcanzaba correspondientemente a la del colegio y de la iglesia de San Miguel”.

Recursos

iglesia de la Anunciación. Fotografía de Mr. Granger

Batalla, 4vv. Clément Janequin. Ministriles Novohispanos. Obras del manuscrito 19 de la catedral de la Puebla de los Ángeles. Ensemble La Danserye. SEdeM, 2013.

Batalla, 4vv. Clément Janequin. Ministriles Novohispanos. Obras del manuscrito 19 de la catedral de la Puebla de los Ángeles. Ensemble La Danserye. SEdeM, 2013.