Estancias de Enrique III en Sevilla (1395 / 1402)

Enrique III entró en Sevilla por primera vez entre el viernes 24 y el domingo 26 de diciembre de 1395, acompañado de su mujer Catalina de Lancaster y de su hijo el infante don Fernando, por lo que celebrarían la Navidad en su residencia del alcázar. Su cronista Pedro López de Ayala (p. 237) nos da cuenta de la entrada en la ciudad:

“El día que llegó todos los de la cibdad le salieron a rescebir faciéndole muy grand fiesta, e el rey llegó a Sancta María [catedral] que es la iglesia mayor e allí fizo su oración, e dende fue para su alcázar”.

Su estancia en el alcázar de Sevilla se prolongará durante casi cinco meses, hasta fines de mayo de 1396, y costó a las arcas de la ciudad 66.335 maravedís. Aquí se ocuparía de diferentes asuntos de gobierno, entre ellos recibirá a los embajadores del monarca granadino Muhammed VII, con los que llegaría a un acuerdo para prolongar la tregua previamente establecida. Igualmente atendería a distintas cuestiones administrativas de la ciudad y a la resolución de conflictos entre los diferentes bandos que había en ella.

El rey visitaría por segunda vez Sevilla en 1402. En esta ocasión  llegó, procedente de Córdoba, por vía fluvial. Entró en la ciudad “viernes por la mañana, día de San Blas, a tres días del mes de febrero” y permaneció en ella hasta mediados de abril.

En estas prolongadas estancias en Sevilla, se encontrarían en el séquito real capellanes y músicos para atender a las necesidades devocionales y recreativas del monarca. Entre los cantores identificados de la capilla del rey Enrique III están: Hugo Creste (1403) que era prestimonio en la colegiata de Valladolid, Martín Fernández de Villafernando, familiar del rey y canónigo de la colegiata de San Salvador de Sevilla (1403), Alfonso Sánchez, clérigo de la diócesis de Jaén, y Cipriano Sánchez, familiar del monarca (1403). Probablemente se cantarían canciones en gallego y castellano (Cancionero de Baena), aunque según se desprende de El Victorial o Crónica de don Pero Niño (c. 1435) escrito por Gutierre Díaz de Gámez, el repertorio cancioneril francés de motetes, balladas, rondos, lais, virelais, etc. no debía ser desconocido en los ambientes cortesanos y nobiliarios castellanos c. 1400. Íñigo López de Mendoza (1398-1458), marqués de Santillana, pone de manifiesto que la obra profana de Guillaume de Machaut era igualmente acreditada.

Aunque no se han identificado juglares al servicio permanente de Enrique III, los testimonios de la estancia de ministriles procedentes de la corte de Aragón en la corte de su padre Juan I, cuando él era infante (Johani Auber, o del arpa, 1383) y después en la suya propia (Pifere = Piffet y maestre Juan = Johan, 1398) permiten suponer igualmente su presencia en ella. Lo mismo podemos decir de los instrumentos heráldicos, trompetas y atabales, documentados en la corte de Juan I de Castilla, entre ellos Johan de Alemania, trompeta, juglar y ministril (1380).

Estas visitas de los monarcas a la ciudad favorecerían los intercambios de repertorios y prácticas interpretativas entre los músicos locales y aquellos foráneos que llegaban formado parte de la comitiva real.