Los sonidos de la revuelta morisca en Granada (1568)

Ruiz Jiménez, Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988

Resumen

Las crónicas impresas de Luis del Mármol Carvajal (1600) y Lorenzo van der Hammen nos permiten acercarnos a los sonidos de la revuelta morisca que tuvo lugar en Granada en 1568.

Palabras clave

bullicio en la calle , tañido de campanas , música en las calles y plazas , música heráldica , Fernando de Córdoba y Válor (Abén Humeya) , Farax Aben Farax , trompeta , atabalero / timbalero , tañedor de dulzaina , gaitero , morisco


La Guerra de las Alpujarras se gestó en Granada. Los moriscos, descontentos con la pragmática de 1567, dada por el rey Felipe II, decidieron actuar. Entre las crónicas de esta revuelta son de especial interés la de Luis del Mármol Carvajal Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reyno de Granada (1) (Málaga, 1600) y la de Lorenzo van der Hammen Don Juan de Austria (2) (Madrid, 1627).

Los primeros debates sobre la insurrección tuvieron lugar en el hospital de la Santísima Trinidad, “otros dicen de la Resurrección (2)”, extramuros de la ciudad, donde se había permitido una hermandad morisca “para edificio y administración de un hospital donde los enfermos de su nación se curasen (2)”. Según Mármol Carvajal, la primera fecha prevista para el levantamiento fue “Jueves Santo del año del señor de mil quinientos sesenta y ocho, porque en tal día como aquel estarían los christianos descuidados, ocupados en sus devociones, y se podría hacer bien cualquier efecto (1)”. Este primer intento fue descubierto, por lo que la ciudad se previno y se desconvocó el alzamiento. Como los ánimos estaban muy caldeados, el 10 de abril de 1568, víspera de la Pascua de Resurrección, “entre las ocho y las nueve horas de la noche se tocó un rebato en la fortaleza de la Alhambra (1)” al creer que los moriscos se habían sublevado. El  motivo fue que las antorchas que llevaban cuatro soldados a los que se había mandado hacer guardia a la torre del Aceituno confundieron a los que estaban en la torre de la Vela en la Alhambra:

El soldado de la torre que tocaba la campana comenzó a dar grandes voces diciendo: «Christianos mirad por vosotros, que esta noche habéis de ser degollados». Y esto causó tan grande alboroto en la ciudad que las mujeres casadas y doncellas, dejando sus propias casas, iban corriendo a las iglesias, otras a la fortaleza. Los hombres sobresaltados salían por las calles y plazas, unos armando los arcabuces, otros las ballestas...(1)”. Cayo una fuerte tormenta con gran cantidad de agua que impidió que los que habían sido alarmados saquearan las casas de los moriscos del Albaicín.

Tras este incidente, se volvió a una calma tensa, pero viendo que los términos de la pragmática no tenían vuelta atrás, como en otras ocasiones, se iniciaron de nuevo las reuniones para organizar la rebelión. La primera se hizo “en casa de Adelet, cerero morisco del Albaicín (1) (2)”, donde había representantes de distintas localidades de las Alpujarras y en la que estuvo presente Farax Aben Farax, “nacido del linaje de los Abencerrajes (1)”, que tuvo un papel destacado en la contienda. Una segunda reunión tuvo lugar en Churriana, “con ocasión de una boda (2)”, donde se aprobó el levantamiento y se acordó elegir, en otra reunión, “persona suficiente que los gobernase”. Esa junta tuvo lugar, “por no tener segura la parroquia de San Cristóbal... en la de San Miguel, [en] la casa de Carci, yerno de Hordón, persona señalada entre ellos a quien mandó el duque de Arcos después ajusticiar (2)”. El día de San Miguel de 1568 se eligió a Hernando de Córdoba y Válor como rey de los conjurados:

Solemnizaron [la elección] con muchas ceremonias, leyeron algunas profecías que les pareció concertaban con el tiempo y concurrían en la persona del elegido, vistiéronle de púrpura con beca colorada, pusiéronle una tiara carmesí, recibiéronle juramento, diéronle la obediencia y usaron de los demás ritos que en la elección de los Reyes de la Andalucía se solía acostumbrar. Don Hernando, hallándose tan sin pensar en tan alto estado, mudó el nombre que tenía en Mahamet Aben Humeya, titulose rey de Granada y Córdoba y comenzó a hacer mercedes, distribuir oficios y dar cargos. Nombró por capitán general a su tío Abenjaguar, a Farax por su justicia mayor... (2)”

En la misma reunión se planificó el alzamiento:

“Los del Albaicín se levantasen dividiéndose en dos mangas. La una para escalar la Alhambra [por la parte que responde a Ginalalife (1)], fortaleza bastantemente guarnecida. La otra, tomando las calles que de la ciudad suben al Albaicín, adonde con el ruido acudirían los cristianos, los pasarían a cuchillo [Mármol Carvajal describe quién capitanearía a la gente de cada collación, con sus banderas correspondientes, dónde se colocarían y cómo debían actuar]. Y dio a los de la Vega por contraseña el ruido de la artillería, de que se aprovecharían los de la Alhambra, para que acudiesen a los portillos de la ciudad y partes menos guardadas, con esto se deshizo la junta (2)”.

El levantamiento tuvo lugar la Nochebuena de 1568, aprovechando las celebración que los cristianos hacían de la fiesta. Se concentraron cerca de Granada 6.000 hombres, “con mejor orden que armas (2)”, pero como veremos el alzamiento no encontró en la población morisca del Albaicín el eco que los rebeldes esperaban.

“Venían entre ellos ciento y ochenta monfís y sus capitanes Nacoz [de Niguelas (1)] y Seniz de Bérchul y alguna gente de Güejar de los que habían hecho las escalas para escalar la Alhambra [Mármol Carvajal las describe con detalle]. Estas las trujeron a una cueva, junto a la ciudad, y ellos se acercaron más a ella con bonetes rojos y tocas a la turquesca, para quitar el conocimiento a los cristianos [para que pareciesen turcos (1)], darles temor y ánimo a los del Albaicín. Cayó tanta nieve la noche... estuvieron esperando en el cerro de Santa Elena, con todo, cincuenta moriscos escogidos del Albaicín, con escalas también grandes para acometer la Alhambra y juzgando de su tardanza o poco aparejo o poca gana se recogieron en sus casas mudados de parecer. Farax, por no perder la ocasión por negligencia, abrió con ciento y cincuenta hombre camino por la nieve y, en la noche siguiente, por un portillo de la muralla que entre la torre del Aceituno y la puerta Alta de Guadix había entró en la ciudad [a media noche en punto y se metió en su casa junto a Santa Isabel de los Abades], dejando en su guarda veinte y cinco para tener segura la retirada. Pregonó en el Albaicín libertad y sueldo por parte de los reyes de Argel y Fez y dijo que estaban con la armada en la costa, pero todos se estuvieron quedos, parte a que no se había descubierto la conjuración, parte reducidos a mejor acuerdo. Viendo su quietud, dividió su gente en cuadrillas y bajó a San Salvador. En el camino hirió con una jara a un soldado de posta, los demás mataron otro con una ruciada de arcabuces y los que quedaron huyeron y dieron aviso en la Alhambra. En un cerro alto, junto a la puerta Cadima [puerta del Halcón] que descubre la mayor parte de aquel barrio, tocaron sus añafiles, atabalejos y gaitillas, según su costumbre, de manera que las oyó en la Alhambra el conde de Tendilla [Mármol Carvajal precisa: de allí pasaron al portillo de S. Niculas, que está junto a la puerta más antigua de la Alcazaba Cadima, en un cerrillo alto, de donde se descubre la mayor parte del barrio del Albaicín, y tocando los atabalejos y dulzainas que llevaban...

Quisiera el mozo dar luego aviso y prevenir la gente, pareciéndole consistía su remedio en esto, pero su padre, el de Mondéjar, no permitió se hiciese alboroto, ni se jugase la artillería (contraseña dada a la ciudad) porque los moros no entendiesen se hallaba la Alhambra en aprieto y desarmada como lo estaba y la ciudad descuidada y mal proveída. Consistió en esto la salud de Granada, porque a la artillería acudieran los moros de la Vega sin duda y forzaran a levantarse el Albaicín con que perecieran los cristinos en número mucho menores [sic]. Farax, desde allí, con dos banderas tendidas se acercó a la torre del Aceituno. Iba uno delante del con un cirio encendido y a grandes voces diciendo en arábigo: «No hay más que Dios y Mahoma su consejero, los que quisieren vengar sus injurias vengan luego». Dieron allí otro pregón, pero nadie respondió. Viendo pues que las cuadrillas de la Sierra que habían de traer Tagaxi y Monfaris al cerro de Santa Elena para juntarse con él y con los de la Alpujarra no llegaban y las campanas de San Salvador en el Albaicín tocaban a rebato [porque el canónigo Alonso de Orozco que vivía a espaldas de la sacristía se había metido dentro por una puerta falsa y las hacía repicar (1)], salió por el portillo y fue a Cenes [por el portillo que había entrado (1)]... 

Ya a este tiempo Juan Rodríguez de Villafuerte, corregidor, se hallaba con otros caballeros delante de la Audiencia, recogiendo la gente que traía allí desmandada la campana del rebato. Envió a reconocer el Albaicín y había quietud y en el portillo por donde salió Farax fue hallado un costal de bonetes colorados que traía para dar a los que se le juntasen. Entretanto el marqués de Mondéjar, con don Alonso de Cárdenas y sus hijos, bajó a la plaza Nueva donde halló al corregidor, a don Luis de Córdoba, a los marqueses de Villena y Villanueva, al conde de Miranda y otros nobles y particulares, la mayor parte forasteros [que habían venido a seguir sus pleitos en la Audiencia real (1)]... Supo como los moros iban por detrás del cerro del Sol [con dos banderas tendidas (1)], a dar a Dalicet [casa de las gallinas (1)], media legua de la ciudad, junto al Genil... y porque temía que en saliendo la gente se levantaría el Albaicín y acometería la Alhambra, subió a él con poca gente, más para saber bien lo sucedido que para suspender el daño. Halló los moros llenos de alteración y miedo por la culpa. Habloles, encareciendo su lealtad y prudencia en no haber dado crédito a aquellos pocos desleales, prometiéndoles remunerar su obediencia. Respondiéronle con pocas palabras, ofreciendo su perseverancia y fe, pero con mal seguro semblante y tristeza de culpados arrepentidos (2)”.

Las consecuencias de este alzamiento fue el cruento enfrentamiento conocido como Guerra de las Alpujarras que se extendió por todo el reino de Granada y culminó con la expulsión de los moriscos de la ciudad en 1569-1570.

Recursos

Alhambra. Joris Hoefnagel (1563)

Muralla zirí

Campana de la torre de la Vela