Fiesta y juramento inmaculista en la iglesia del Gesù Nuovo de Nápoles (1618)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
La celebración de la festividad de la Concepción de María y juramento inmaculista en la iglesia del Gesù Nuovo de Nápoles, en 1618, se enmarca en la estela de un movimiento que recorrió todos los reinos hispanos en la segunda década del siglo XVII, desencadenando los votos y juramentos solemnes de las corporaciones municipales, claustros universitarios, cabildos regulares y seculares, etc. Oficios litúrgicos, procesión general y otros actos festivos en las calles contribuyeron a la creación del paisajes sensorial efímero característico de la fiesta barroca.
Palabras clave
fiesta de la Concepción de María , voto y juramento en defensa de la Inmaculada Concepción , vísperas , misa pontifical , luminarias , dispositivos pirotécnicos , salva de mosquetes , salva de artillería , procesión general , música naval , música en las calles y plazas , motete , banquete , comedia , Pedro Téllez-Girón y Velasco (III duque de Osuna, virrey de Nápoles) , Compañía de Jesús , clerecía , nobleza , capilla de música de la capilla real (Nápoles) , cabildo de la ciudad , Universidad de Nápoles , capellanes reales , ministriles , soldadesca , escuadra militar , Giovanni Maria Trabaci (compositor, maestro de capilla)
En 1618, Pedro Téllez-Girón y Velasco, III duque de Osuna y virrey de Nápoles, participaba en la celebración de la festividad de la Concepción de María y en el juramento inmaculista que tuvo lugar en la iglesia del Gesù Nuovo de esa ciudad. Una relación manuscrita de la misma conservada en la Biblioteca Nacional de España nos permite conocer algunos detalles de su particular paisaje sensorial.
La iglesia del Gesù Nuovo, construida sobre el Palacio Sanseverino, del que conservó la fachada con sus características puntas de diamante, fue propiedad de los jesuitas desde 1584. Aunque había sido dedicada a la Inmaculada en 1601, muy pronto fue conocida con esa denominación para diferenciarla de la también jesuítica del Gesù Vecchio. Para la citada fiesta y juramento de 1618, el altar se ornamentó con especial riqueza y gran número de luminarias. En la capilla mayor se acondicionó un arco sobre dos columnas doradas y debajo del mismo se colocó una talla de la Purísima Concepción de “estatura natural”. Encima de la estructura se dispuso “un bello y hermoso cuadro de insigne pintura de Dios Padre”. De forma similar se adornó el cuerpo de la iglesia, “que es grandísimo”, colocándose en la parte superior de los arcos cuadros “de la Concepción de la Virgen y los atributos de este misterio, riquísimamente adornados con velillo de oro”.
El viernes, 7 de diciembre, se oficiaron en la iglesia del Gesù Nuovo: “las vísperas de la fiesta solemnísimamente, con dos coros de dulcísima música y otros insignes adornos, y de pontifical el señor obispo de Andria”. Por la noche, los elementos visuales y sonoros más destacado en el entramado urbano fueron las luminarias, dispositivos pirotécnicos y salvas que se hicieron desde los castillos y las embarcaciones de la bahía:
“Estuvieron las calles todas y las plazas y más en particular la de Palacio y llano del Castillo con gran número de fuegos y incendio de barriles y los tres castillos lo mesmo, y muchas luminarias (aunque llovió mucho esta noche), pero no obstante eso, a dos horas de la noche todos los castillos dieron fortísimas cargas, respondiendo todas las galeras y navíos que había en el puerto que parecía que toda la ciudad se hundía”.
La jornada del sábado, día 8, amaneció despejada, lo que permitió un mayor lucimiento de la fiesta y que el concurso de gente a la iglesia fuera más numeroso. En la parte derecha del altar mayor, se había dispuesto en una estructura de cinco gradas, profusamente iluminadas, sobre la que se colocó una segunda imagen de la Inmaculada Concepción en las andas en las que sería portada esa misma tarde en solemne procesión, la cual procedía del convento de la Concepción. En el pavimento del altar se acondicionó un sitial “de tela de oro”, sobre el que se puso un misal y el juramento que se debía hacer, en una tabla, “escrito en letras de oro”. En la capilla mayor se habían colocado una serie de bancos para la nobleza, el cabildo de la ciudad, la universidad y los consejos y dos sillas para el virrey y la virreina.
A las 7 –precisa el documento que serían las 10 en España–, llegaron los virreyes: “con grandioso acompañamiento y fueron recibidos en la iglesia con mucha música y otras demostraciones de gozo y alegría”. Antes de iniciarse la misa, tuvo lugar el juramento inmaculista. El primero en pronunciarlo fue el obispo de Andria que revestido de pontifical: “en voz alta y en tono como que cantase el evangelio o epístola dijo y cantó el voto y juramento”. Lo hizo después, “en alta voz”, el capellán mayor, al que siguieron el resto de los capellanes de la capilla real y otros eclesiásticos. Siguió el juramento del virrey, al que el capellán mayor llevó el misal y la tabla hasta su asiento, continuando después el resto de las autoridades presentes en la ceremonia. El documento recoge también el texto del juramento pronunciado por el virey:
“Ad tuae Maiestatis pedes, o Coeli, Terraeque Regina Maria provoluti, et tua beneficia recolentes, atque erga Immaculatam tuam Conceptionem devotioni accepta referentes nos Petrus Giron divina gratia Dux Osuna”.
Acabado el juramento, “que se hizo con la música y solemnidad debida”, dijo la misa pontifical el obispo de Andria y predicó el jesuita Francisco Genario. Una vez finalizada la misa “a las veinte de Italia (que es la una de la tarde en España)”, los virreyes volvieron a su palacio, “con gran acompañamiento”, donde tuvo lugar un gran banquete para “más de mil personas”. La primera fase del Palacio Real proyectada por el arquitecto Domenico Fontana estaba prácticamente terminada en 1616 y debía estar acondicionada, al menos parcialmente, a finales de 1618.
En paralelo, la tripulación de las galeras, en el muelle, realizó su propia celebración de la fiesta, con un carácter más popular:
“En el muelle de la mar, se hizo un suntuoso y rico altar, sacando con gran solemnidad y fiesta una imagen de Nuestra Señora de la Concepción de la galera llamada Negrona, por otro nombre de la Concepción, haciendo ella primero la salva y respondiendo todas las demás y colocando la dicha imagen en el altar preparado se celebró una misa con solemnidad y aparato y desde la consagración hasta que el sacerdote consumió hicieron salva las galeras todas y con suave armonía tañían diversos instrumentos las capitanas de España, Nápoles y la del duque y la de Génova incesantemente, y acabada la misa, toco en tierra la dicha galera Negrona y recibió su imagen de la Concepción que se había puesto en el dicho altar y retirándose a la mar hizo salva y todas las demás le respondieron con sus piezas y mosquetería, con gran regocijo de los circunstantes”.
Este relato es especialmente interesante, ya que nos confirma la existencia de un grupo de ministriles en las cuatro galeras capitanas citadas, a cuyo cargo estuvo la música interpretada. La galera “Negrona”, conocida en otros documentos como la “Negra”, fue una de las que formaban parte de la flota del duque de Osuna, según sus contemporáneos: “la más fortísima y de la más extremada chusma que hoy navega”.
Por la tarde tuvo lugar la procesión. En la iglesia del Gesù Nuovo, se fueron concentrando “todas las religiones… excepta la de Santo Domingo que no quiso venir”. Con su ausencia, manifestaba abiertamente la posición maculista de la Orden de los Predicadores. Iba también toda la clerecía, “mucha música, mucha cera encendida y la santísima imagen de la Concepción en las andas… y debajo de un riquísimo y costosísimo palio de ocho varas”. Tras la imagen mariana, iba el duque de Osuna y toda la nobleza de Nápoles con cirios encendidos:
“Vino la procesión por las calles que estaban lucida y costosamente aderezadas, hasta la de Toledo y de ella todo derecho a Palacio. Y en el espacio que la procesión llegó a él, desde la iglesia del Jesús, ya catorce compañías de soldados con sus capitanes, bizarra y gallardamente aderezados, habían hecho también el mesmo voto y juramento delante de un curioso y sumptuoso altar que estaba en hecho en la mesma plaza de palacio, y al mesmo punto que todos dieron su contentamiento al dicho voto y en señal de que cada uno lo hacía también, dispararon grandísimas cargas de arcabucería y mosquetes y las mesmas cargas y salva hicieron al pasar por medio de los soldados la santísima imagen que iba en la procesión, batiéndole por tres veces hasta el suelo todas las banderas”.
La duquesa contempló toda la escena desde su balcón. En este y en los demás del palacio se colocaron cincuenta hachas encendidas. Tras su paso por palacio, la comitiva continuó hasta el convento de la Concepción, en el cual entró: “estaba insignemente compuesto y aderezado y recibieron con gran solemnidad de música y motetes la santa imagen, propiedad de aquella casa, y poniéndola en su lugar, se le cantó su antífona, versos y oración con se dio fin a la procesión”.
Este convento de la “Concezione degli Spagnoli”, fundado en 1583 en la “ínsula de San Giacomo” (San Giacomo Degli Spagnoli) por el virrey Pedro Tellez-Girón y de la Cueva, I duque de Osuna, estaba destinado a acoger a jóvenes españolas hijas de fieles colaboradores de la corona.
Para cerrar la jornada, ya anochecido, de nuevo, elaboradas luminarias y dispositivos pirotécnicos iluminaron la ciudad para divertimento de todos los napolitanos:
“Empezaron las fiestas, luminarias y fuegos en los castillos que hacían una agradabilísima vista y mucho más el de San Telmo por su mucha distancia y porque se divisaba en él con milagroso artificio una imagen de la Concepción de Nuestra Señora, fraguada de las mesmas luces y no era menos el artificio con que estaban dispuestas las luces del Castillo Novo que cogían en medio un rico estandarte de la Concepción que hacía un viso muy de cerca al parecer. Empezaron los castillos a disparar muchas piezas y morteretes de tan fuertes respuestas que al temblor de los edificios caían en tierra todas las luminarias, en cuyo lugar se fueron poniendo grandísima cantidad de barriles que encendidos era tanta la luz y claridad que parecía verdaderamente medio día...”
El festejo continuó todavía en la residencia de los virreyes: “a dos horas poco más de la noche, se empezó en palacio una comedia a que acudió muchísimas gente por ser muy capaz y grande la sala donde se hizo, ricamente adornada y con 18 candeleros de a cinco hachas cada uno”.
El domingo día 9, en el palacio tuvo lugar en segundo festín “que duró hasta la media noche, también en honra de la fiesta precedente del día antes”.
No se especifica quiénes fueron los efectivos musicales que sirvieron en las vísperas, la misa y en la procesión, pero dada la asistencia a estas funciones del virrey y los capellanes reales, incluido el capellán mayor, entre ellos debían encontrarse los músicos de la capilla real, a cuyo frente estaba el maestro de capilla Giovanni Maria Trabaci.
Este evento se enmarca en el movimiento inmaculista que se había iniciado en Sevilla, en 1613, y que se propagó rápidamente por toda la geografía de los reinos hispanos, desencadenando los votos y juramentos solemnes de las corporaciones municipales, claustros universitarios, cabildos regulares y seculares, etc.