Visita a Jerusalén (5). Cuarta jornada del recorrido de las estaciones (Monte de los Olivos). Viaje a Jerusalén de Francisco Guerrero (1588)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
Visita a Jerusalén (5). Cuarta jornada del recorrido de las estaciones (Monte de los Olivos). Viaje a Jerusalén de Francisco Guerrero (1588).
Palabras clave
viaje , llamada a la oración del almuédano , misa , Domingo de Ramos , procesión , himno , oración , Francisco Guerrero. El viaje de Jerusalén , Itinerario del viaje a Jerusalén de Francisco Guerrero , cartografiando Francisco Guerrero , fiesta de Santa María Magdalena , Francisco Guerrero (compositor, maestro de capilla) , Francisco Sánchez (músico) , Orden de los franciscanos descalzos , almuédano (almuecín, muecín)
El recorrido de Francisco Guerrero por las estaciones del Monte de los Olivos probablemente tuvo lugar el día 25 de septiembre de 1588. Guerrero y su discípulo Francisco Sánchez, en compañía de otros peregrinos, iniciaron la subida a esta colina cerca de la iglesia del Sepulcro de la Virgen María, la cual habían visitado ya en la jornada anterior. A poca distancia de esta iglesia, se pararon en el lugar en el que lapidaron a San Esteban (aquí se construyó la iglesia ortodoxa griega de San Esteban). En su ascenso fueron haciendo estación en distintos espacios donde Jesús obró “muchas cosas pertenecientes a nuestra redempción… en todo él hay mucho que considerar y reverencias”: el lugar donde “dicen que recibió la cinta de nuestra Señora el apóstol Santo Tomás”, “el lugar donde le dijeron a Cristo los apóstoles les enseñase a orar y les dio la oración del Pater Noster”, donde había una iglesia caída, y “el lugar donde los apóstoles compusieron el Credo”. Más arriba, llegaron al sitio en el cual estando los apóstoles con Jesús, estos, mirando al Templo de Jerusalén, alabaron su grandeza y hermosura, al tiempo que Él les dijo que todo sería destruido, como así lo fue por el comandante militar Tito en el año 70 d. C., por orden de su padre el emperador Vespasiano, “así mesmo le dijo las señales del juicio final”. Sobre algunos de estos lugares, se construyeron santuarios que han atravesado numerosas vicisitudes a lo largo de su historia. Actualmente, se conserva la iglesia del Pater Noster (1870) erigida sobre la antigua basílica de Eleona (s. IV), en la que se encuentra la Cueva de la Enseñanza donde, según los textos apócrifos, Jesús impartía las enseñanzas a sus discípulos y donde les reveló la profecía de la destrucción de Jerusalén y los detalles del Apocalipsis.
Visitaron también otros santuarios, algunos de los cuales habían sido convertidos en mezquitas. Guerrero hace expresa alusión al lugar de la Ascensión: que “no es mezquita, pero tienen los moros la llave y si no les pagan no dejan entrar a los cristianos”. Este fue el lugar de mayor tensión emocional en esa jornada, explayándose el compositor en la narración de la particular experiencia sensorial de aquellos que llegaban hasta él:
“En la cumbre deste sacro monte, vemos una iglesia grande y la mayor parte caída, en medio della está una capilla redonda de bóveda entera y en medio está una piedra de dos palmos poco más en alto, donde está agora solo un pie señalado que dicen que nuestro Redemptor dejó estampado cuando de aquí subió a los cielos. El otro pie se lo llevo un príncipe cristiano, no sé quien es.
Este pie besamos muchas veces con devoción. Es este lugar de grande alegría para todos los cristianos que lo ven, porque nos parece que vemos a Cristo ir subiendo por la nubes y a la Virgen, nuestra Señora, su madre, y a los apóstoles tener los ojos y los corazones suspensos mirando el camino del cielo que Cristo hacía para sí y para sus fieles”.
Por la parte ya de la cima, se dirigieron hacia una torrecilla y una casa en la que les dijeron que los ángeles habían comunicado a los apóstoles el día y la hora de la Ascensión: “Viri Galilei [quid admiramini aspicientes in caelum... (Hechos, 1:11)] y por esta razón se llama la Galilea pequeña”.
Es este último lugar se encuentra la iglesia ortodoxa griega Viri Galilei. A continuación, Guerrero se refiere a la cubierta vegetal del Monte de los Olivos, en el que había olivos, higueras y viñedos, lugar privilegiado para contemplar la ciudad de Jerusalén, la cual describe con más detalle, deteniéndose especialmente en la reseña de la Cúpula de la Roca, donde había estado situado el antiguo Templo de Salomón:
“Y así se pueden contar todas las casas y torres de arriba abajo sin que se asconda nada. Son las más de las casas de bóveda, como de capillas de iglesias, y todas con terrados, porque hay pocas o ninguna que tenga madera. Y como ya es dicho tantas torres y casas blancas de piedra y un hermosísimo muro que tiene, es alegrísima vista que no nos hartamos de mirarla. Será la ciudad de cuatro mil vecinos, poco más o menos, aunque debió de ser de las grandes del mundo, como parece por la ruinas que hay por aquellos cerros de que toda ella está cercada. Las calles que atraviesan del medio día al septentrión son llanas y las que son de poniente a oriente son cuesta abajo, aunque no son muy riscosas, que bien se puede correr un caballo por ellas. De aquí vemos muy bien el Templo, en el lugar que estuvo el de Salomón, que agora es mezquita de los moros y turcos. Está en medio de un grande cuadro murado, que el un angulo dél es el muro de la ciudad, en un prado muy desembarazado y limpio, con algunos árboles. Es este templo, a manera de un cimborio, fabricado de mosaico y riquísimas columnas y tablas de mármol y jaspe, que es hermosísima cosa de ver por fuera, no se puede entrar en él, so pena de la vida o renegar, y así mesmo en todas sus mezquitas, como está dicho, aunque en esta hay más rigor, porque después de la casa de Meca, donde está el cuerpo o zancarrón de Mahoma, es la más principal mezquita que tienen. Algunas veces oíamos a un moro desde una torre llamar a su oración, dando grandes gritos, y así la hacen en todas sus mezquitas, porque no tienen campanas ni las consienten tener a los cristianos”.
Descendieron del Monte Olivete hasta el arroyo Cedrón y emprendieron el camino hacía Betania (actual Al Azariyeh), situada en la falda oriental de ese monte, en el camino de Jerusalén a Jericó, que estaba a “menos de media legua” de Jerusalén. Era el camino por el que Jesús iba a visitar a María Magdalena y a Marta. Guerrero nos dice que Betania “será al presente de sesenta casas y más parecen madrigueras de conejos que casa de hombres porque están casi por debajo de tierra, fue en otro tiempo grande y buena población”. Aquí entraron en la casa de Simón el leproso, que había alojado a Jesús en Betania:
“Que son dos capillas de piedra bien labradas, en el lugar donde Cristo cenó con Lázaro resucitado y María Magdalena le ungió. Está un altar entero que se dice misa el día que se canta este Evangelio, al presente establo de cabras y bueyes que ternán bien que limpiar cuando hubiere de celebrar aquí”.
Guerrero está haciendo alusión indirecta al evangelio Rogabat autem illum quidam de Pharisaeis (Lucas, 7:36) que el Missale Romanum de Pío V (Venecia, ex Bibliotheca Aldina, 1574, p. 413) prescribía para la festividad de Santa María Magdalena. Visitaron cerca el sepulcro de Lázaro, como otros lugares bajo la tutela de la población local que permitía el paso a los cristianos tras abonar una cierta cantidad de dinero; las ruinas de la casa de Lázaro; la casa de María Magdalena y la de Marta, “las cuales están destruidas”. En el camino, se pararon en la piedra en la que la tradición decía que se sentó Jesús y donde Marta le dijo: Domine, si fuisses hic, frater meus non fuisset mortuus (Juan, 11:21).
De Betania, “subiendo por un cerro como trescientos pasos”, fueron al lugar que había sido Betfagé, donde Jesús había enviado a los discípulos por el asno con el que entró en Jerusalén: “en este lugar no hay otro edificio sino unas higueras por señal”. Desde allí se veía Jericó, el Mar Muerto y el Monte de la Tentación, donde Jesús ayunó durante cuarenta días y fue tentado por el diablo.
Desde Betfagé, ascendieron, de nuevo, al Monte Olivete “llevando el rostro hacia el septentrión y declinado al poniente”. Pasarón por la iglesia de la Ascensión para descender al lugar donde Jesús, al ver Jerusalén: “lloró sobre ella diciendo Si cognovisses et tu… [San Lucas, 19:42]. Guerrero nos dice que la representación de la entrada de Jesús en Jerusalén se había estado haciendo todos los años por los “frailes latinos” el Domingo de Ramos. Iban hasta Betfagé el padre guardián del convento de San Francisco y doce frailes que representaban la figura del Christo y a los doce apóstoles. Mandaba el padre a dos frailes por “un asna y un pollino y le ponían en ella caballero y los frailes cantando a la redonda del preste y llorando de devoción diciendo himnos y versos a este propósito”. A la procesión concurría mucha gente “así de las naciones cristianas como de infieles y les echaban ramos y sus vestiduras por donde pasaban… y subiendo al sancto Cenáculo, adonde entonces era su convento, proseguían el oficio del día. Esta procesión no se hace ya porque el Turco lo tiene mandado”.
Desde aquí debieron regresar al convento franciscano en el que se alojaban, sin que el compositor nos proporcione más información sobre esta larga jornada.
Véase: https://www.historicalsoundscapes.com/evento/1665/jerusalen.